Quien vive en la fe y por la fe agrada al Señor Espíritu de la Fe. Lo agrada porque obedece, y no Lo agrada cuando siente o espera sentir algo para obedecerle.
El sentir no tiene nada que ver con la fe. Si la fe sentimental viniera de Dios, ¿cómo sería posible esperar “sentir” compasión para perdonar? ¿Cómo “sentir” ganas de amar a los enemigos e incluso orar por ellos? ¿Cómo obligar al corazón a perdonar o a amar a quien arruinó su vida y su familia? Imposible. Y si no tenemos forma de imponerle al corazón un sentimiento acorde a la voluntad de Dios, ¿cómo podría Él pedirnos algo que no tenemos condiciones de hacer?
Si hay un “sentimiento” que coopera con la fe, es el coraje. Coraje para obedecer la Palabra de Dios, independientemente de lo que se sienta.
Abraham fue el mejor ejemplo. ¿Qué sentimiento le hizo tomar a su hijo y llevarlo al sacrificio? Dolor insoportable. Pero no más allá de sus límites. ¿Qué sentimiento hizo que la madre de Moisés lo ponga en un cesto y confíe en que el Viento del Espíritu de Dios lo llevaría hasta la hija del faraón? Tanto ella como Abraham tuvieron que someter al corazón para seguir la fe inteligente. Tuvieron coraje para obedecer la dirección del Espíritu de Dios, independientemente de los pedidos del corazón.
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí, éste la salvará.”, (Lucas 9:23, 24).
Quien espera “sentir” para obedecer ese consejo, jamás será salvo.
Que Dios bendiga a todos abundantemente.
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