“Entonces el SEÑOR dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo.” (Josué 3:7)
No era suficiente que Josué le dijera al pueblo que Dios estaba con él. El pueblo tendría que ver que Dios estaba con Josué. No es suficiente tener nombre de cristiano, su vida tiene que mostrar a Jesús. Esa es la voluntad de Dios. Él quiere engrandecer a aquellos que son Suyos, para que todos sepan que Él está con Sus hijos. Para que todos Lo vean en la vida de aquellos que Lo sirven.
Para que Dios comenzara a engrandecer a Josué, tuvo que creer que Dios estaba con él y actuar de acuerdo con esa fe. Tuvo la valentía de obedecer. No tuvo miedo de sacrificar. Sacrificar incluso su reputación, pues fue a todo o nada. Si Dios no estaba con él, sería avergonzado. Si Dios no honrara Su palabra, Josué estaría perdido.
Pero creyó. Sabía que Dios no podía mentir. A causa de su obediencia, vio abrirse el Jordán. A causa de su obediencia, vio caer las murallas de Jericó. A causa de su obediencia, vio a sus enemigos ser diezmados. A causa de su obediencia, vio suceder lo imposible.
Aquello que la incredulidad de sus compañeros no dejó que él viera en la juventud, él lo vio, cuarenta años después, cuando fue posible actuar de acuerdo con su fe.
Finalmente logró ver aquello en lo que siempre había creído. No desistió. No consideró el tiempo pasado. Dios lo engrandeció porque creyó. Y no se convirtió en grande de la noche a la mañana. Dios comenzó a engrandecerlo allí. Comenzó con la apertura del río Jordán. Para el pueblo, era extraordinario. Para Dios, era solo el comienzo.
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Dios quiere comenzar a engrandecerlo a usted hoy.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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