Terminado el ejemplo de las diez vírgenes, el Señor Jesús continuó hablando del Reino de los Cielos, comparándolo ahora con la multiplicación de los talentos.
Porque el Reino de los Cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. Mateo 25:14
O sea, así como el aceite no podía faltar, tampoco podía faltar la multiplicación de los talentos.
¿Cuál es la diferencia entre las vírgenes imprudentes, locas, y el siervo que es malo, negligente e inútil por no multiplicar el talento?
¡Ninguna! ¡Ambos quedarán del lado de afuera!
Las imprudentes no entraron y el siervo inútil tampoco.
Las que tenían el aceite y los siervos buenos y fieles que multiplicaron los talentos entraron en el gozo del Señor.
El siervo fue llamado malo y negligente por devolver solo lo que había recibido. El no devolvió menos, él no perdió, solo no multiplicó, no hizo ninguna diferencia.
El Señor quería recibir más de lo que había confiado.
En lo mucho o en lo poco, podemos probar si somos buenos y fieles.
No importa si tenemos 5, 2, o 1 talento. Lo que tenemos que hacer, es multiplicar las almas y los discípulos para el Reino de los Cielos.
El precio del aceite, que es la entrega de vida en el Altar, en obediencia, es el mismo tanto para el rico, como para el pobre, dándoles así condiciones iguales a todos.
Solo no paga por el aceite quien realmente no quiere.
Las cinco vírgenes locas podían pagar, pero no quisieron.
Con los talentos ocurre la misma situación: todos los siervos tienen condiciones de multiplicarlos, solo no los multiplica el siervo que no quiere.
Ese que es negligente quedará del lado de afuera junto con las locas cuando la puerta se cierre.
Multiplicar los talentos es tan necesario como tener el aceite.
Obispo Djalma