¿Usted ya se detuvo a pensar en su felicidad o en lo que lo hace feliz? Las personas suelen esconder sus infelicidades. Para no ser juzgadas por la sociedad, disfrazan las insatisfacciones y los problemas que causas el vacio interior. Pasan a vivir una búsqueda constante de nuevas experiencias de vida y no se sienten satisfechas con nada. Y así se frustran.
Este dilema lo vivió Cibele Moura, de 30 años. Desde la infancia, su vida estuvo marcada por insatisfacciones. Con la separación de sus padres, que sucedió cuando aún era una niña, Cibele se volvió muy insegura, carente y con baja autoestima. Como si fuera poco, su madre falleció cuando todavía era pequeña. Su sufrimiento aumentó.
Cibele creció sin perspectivas. Ella no veía que podía tener un futuro prometedor o que su sufrimiento podría tener un fin. En la adolescencia, ella comenzó a relacionarse con varios hombres. “Nunca fui completamente feliz. Cuando a mí me gustaba una persona, a esa persona yo no le gustaba. Cuando ella gustaba de mí, a mi no me interesaba mucho. Viví así desde los 15 años”, recuerda.
Frustración
Las cosas empeoraban. La economía estaba marcada por la escasez y la vida sentimental era un fracaso. En ese mismo período, conoció a un hombre por internet y comenzaron una relación. “No pasó mucho tiempo y nos casamos. Lo vi como una posibilidad de ser cuidada y ser feliz en esa relación”, cuenta.
Fueron seis años de convivencia con problemas. Luego de recibir la invitación de un familiar, Cibele comenzó a frecuentar la Universal y a participar de las cadenas. Ella entendió que necesitaba cambiar su interior. “Las cosas empeoraban en la relación y terminé divorciándome. Sufrí más todavía, porque él estaba en primer lugar en mi vida. Perdí mi sustento, pero solo así comprendí que necesitaba actuar de forma diferente”, dice.
Cibele dejó de llenar el vacío que tenía y comenzó a buscar un encuentro con Dios. Ella comprendió que la solución de su vida era tener el Espíritu Santo. Para alcanzar ese resultado, cambió de actitud: comenzó a valorarse y a invertir su tiempo en las cosas que la acercaban a Dios.
“No pasó mucho tiempo para que yo cure mi interior. La herida se cerró, mis preguntas fueron respondidas y ya no necesito más cosas o personas para ser feliz. Encontré la verdadera felicidad, la paz completa”, afirma.
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