Gladys Geraldes y Mauricio Clavijo soñaron con tener una familia unida, feliz y próspera, pero las dificultades que encontraron a lo largo de la vida convirtieron ese sueño en una pesadilla.
“Tuvimos un accidente, mi hija en ese entonces tenía seis años, sufrió una cuádruple fractura de pelvis, y el médico nos dijo que nunca más iba a volver a caminar. Terminó con una diferencia de 10 centímetros de altura entre las dos piernas, era una nena depresiva porque veía a sus hermanos correr y jugar y ella no podía hacerlo.
Nuestra situación era muy precaria, vivíamos en una casilla hecha de nylon, maderas y chapas, el baño estaba afuera, era una letrina, nos bañábamos afuera con una manguera, con agua fría; había días en los que comían los chicos y no nosotros, tomábamos mate y secábamos la yerba para poder volver a utilizarla. La desesperación de ver a nuestra hija postrada y a la familia destruida nos llevó a buscar ayuda en los espíritus. Tuvimos que hacer sacrificios, pero nuestra vida no cambiaba, al contrario, empeorábamos cada vez más. Estuvimos a punto de separarnos, no había un segundo de paz en casa”, cuenta esta mujer, que llegó a pensar que la única solución a sus problemas era terminar con su vida y con la de sus hijos.
“Cierto día fuimos a la casa de mi madre a pedirle alimentos para nuestros hijos, y al salir encontramos un ejemplar de El Universal tirado en la puerta. Gracias a eso conocimos la Iglesia y empezamos a concurrir. Fuimos caminando, el pastor nos atendió, nos ayudó con una bolsa de alimentos para nuestros hijos y nos dijo que esa era la última puerta que íbamos a golpear si usábamos la fe en el Altar. En la Hoguera Santa generé mi primer sacrificio. Apenas terminó la Hoguera Santa llevé a mi hija a hacer un control y su cadera había sanado, le dieron el alta, estaba totalmente recuperada.
Seguimos sacrificando en cada Hoguera Santa, y Dios nos respondió cambiando nuestra vida. Sacrificamos cada vez que vino la Hoguera Santa y empezamos a conquistar. Hoy tenemos nuestra empresa que exporta alimentos a Centroamérica, Brasil, Chile, Paraguay, comerciamos aceite, granos y productos agrícolas. Tenemos nuestra casa en un barrio privado de Mendoza, con jacuzzi, habitación en suite, compramos una camioneta importada, los chicos tienen sus vehículos, hace 26 años que estamos casados, nunca más pensamos en separarnos porque nuestra familia está unida y feliz.
El sacrificio en el Altar de Dios hizo que nuestra vida cambiara por completo”.
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