Mientras que la fe emotiva ciegamente obedece a la voz del corazón, sigue los impulsos de los sentimientos, la fe consciente – la fe que mueve montañas, la fe que trae a la existencia las cosas que no existen (Romanos 4:17), la fe que hace nacer en nosotros el sueño realizable (Filipenses 2:13), y que hace posible lo imposible (Marcos 9:23) – se basa en la obediencia y en la práctica de la Palabra de Dios.
Pero esa práctica exige sacrificio. Literalmente, eso quiere decir la renuncia de los impulsos del corazón (Lucas 9:23).
¿Por qué Dios exige sacrificios? Porque es algo 100% espiritual, lo que concierne al espíritu. Se llama sacrificio porque le niega placer al alma y al cuerpo, y concentra toda la energía en el espíritu. El sacrificio es la principal característica de la fe consciente.
La fe basada en sentimientos es radicalmente contraria al sacrificio. Esta es la razón por la cual la mayoría de los que creen en Dios no ven la materialización de las promesas Divinas, pues usan una fe que depende de los sentimientos del corazón.
Esas personas quieren ver para creer. Mientras que las que practican la fe consciente tienen la plena seguridad de que Dios hará exactamente aquello que prometió. Es decir: no dependen de los sentimientos, sino de lo que está escrito en la Palabra.
Por eso, el Señor Jesús dijo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. El conocimiento aquí se refiere a lo que Dios determinó y a la verdad, a Sus Promesas.
Los héroes de la fe conquistaron sus victorias por los sacrificios. Este es el camino recorrido por el Propio Dios para salvar a los que en Él creen.
Él es el Creador del sacrificio que debe realizarse de acuerdo a las Sagradas Escrituras, que se refiere a la relación entre el espíritu del hombre y el Espíritu de Dios. Es un sacrificio para el alma, no para el espíritu.
El ayuno, por ejemplo, es un sacrificio para el cuerpo y para el alma, pero no para el espíritu. El espíritu es fortalecido en el ayuno porque todas las energías del cuerpo y del alma son dirigidas al espíritu. A medida que se vacía el alma y el cuerpo, el espíritu se fortalece.
Lo mismo se da en relación a la ofrenda de sacrificio. Cuando la persona hace una ofrenda de sacrificio, ella se vacía de todos sus recursos para confiar en las promesas de Dios, al igual que la viuda pobre.
El espíritu que impulsa a la persona a sacrificar es el mismo que la lleva a luchar y a superar las barreras de las dificultades para realizar su sueño.
El sacrificio contrarresta totalmente los deseos y las ambiciones del alma, bíblicamente está representado por el corazón y por la carne (Lucas 12:17-20; Romanos 8:13; 1 Corintios 2:14; Gálatas 5:17).
Cuando satisfacemos la carne (alma o corazón), entristecemos el espíritu. Pero, para que alegremos el espíritu, tenemos que sujetar la carne, sacrificándola.
Por supuesto que el sacrificio ofende el alma, hiere el corazón y sujeta la carne. Por eso el Señor Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” (Lucas 9:23)
Tomar la cruz significa sacrificar el alma, el corazón, la carne y el propio yo. En la misma proporción que el sacrificio es un placer para el espíritu, es un desplacer para el alma.
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(*) Texto extraído del libro “Mensajes del obispo Macedo”
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