La vida de Érica Silva, de 41 años, psicopedagoga, fue muy dura y llena de infelicidades, desde el nacimiento. “La historia que me contaron, y después fue confirmada en papeles por el juez, fue que mi madre me abandonó cuando yo era bebé, tres veces, en el hospital donde nací, en un barrio carente de San Pablo. Dos veces, se arrepintió y me rescató, pero la tercera, cuando tenía solo 9 meses, no volvió más, dejó solo una bolsa con ropa y el documento”, lamenta.
Érica permaneció en el hospital hasta los 3 años con la esperanza de ser llevada de vuelta a casa, sin embargo, eso no sucedió, fue llevada a un orfanato, donde vivió hasta los 12 años. Allí, a pesar de tener refugio y sustento, las correcciones para la desobediencia eran tirones de orejas y castigos.
A los 13 años, Érica fue adoptada. Pero, tener una nueva familia no representó felicidad. “Confieso que no fue como yo quería. Mi “nueva madre” me golpeaba en el rostro, me pegaba con el palo de la escoba”, recuerda Érica.
Una vez por año, Érica tenía que relatarle sus experiencias al juez. “Cuando había que ir al juzgado, mi madre adoptiva se hacía la buena. Yo estaba cansada de vivir en esa vida y fue cuando decidí contarle la verdad a la autoridad, porque creía que volvería al Colegio. Pero no fue lo que sucedió. Terminé yendo a la unidad de la Fundación Casa, en el barrio Brás, en San Pablo”, cuenta.
Allí, Érica aprendió todo lo que no servía, muchas cosas malas de la vida del crimen. “En este período, mi madre adoptiva me fue a visitar y se terminó arrepintiendo, volví a casa, pero el maltrato continuó, y en ese momento, por segunda vez, ella perdió la guarda, y me quedé con su empleada doméstica”, describe.
Y, para quien piensa que su situación no podía ser peor se equivoca. Algo terrible sucedió. “A los 14 años, llegué al fondo del pozo, pues, mi madre adoptiva amenazó a la empleada diciendo que si ella se quedaba conmigo perdería el empleo. Entonces, la empleada le dijo que yo viviría con su hermana, que sería madre de gemelas y necesitaría mi ayuda, y allí fui víctima de violencia sexual. A partir de aquél día, mi comportamiento cambió y me convertí en una persona agresiva”, revela.
Dios transformó su vida
Todo el rechazo y el abuso sufrido durante la infancia hicieron que Érica sea depresiva e intentase el suicidio. Viendo que la joven estaba en esa situación, una conocida la invitó a la Universal. “Estaba muy mal, yo fui, en ese momento para satisfacerla, pero cuando llegué allí, sentí paz y abrí mi corazón para Dios”, recuerda.
Cuando recibió los consejos, entendió que era necesario perdonar a las personas que la rechazaron y la perjudicaron. No fue una decisión fácil, pues la mente decía sí, pero el corazón, que es mentiroso, la quería presa a los sentimientos malos. “Yo no quería, porque mi abusador había terminado con mi vida, me destruyó, me sacó toda mi inocencia, pero le pedí a Dios fuerzas, y a partir de aquel día, me liberé y recibí el Espíritu Santo.”
Hoy, Érica es una persona totalmente diferente. Puede hablar del tema, sin tristeza o rencores. Y además, ayuda a las víctimas del mismo problema, porque quiere llevarlas a la misma solución que un día ella encontró. “Mi historia fue dura, difícil, pero la superé, gracias a Dios, y Él me ha capacitado para ayudar a quien aún pasa por lo que pasé”, finaliza.
¿Usted también sufre con marcas del pasado? ¿O conoce a alguien que necesita una Cura Interior? Entonces, participe de las reuniones de fe, en la Universal. Encuentre un templo cercano a su casa, ingresando aquí.
La Universal también cuenta con un grupo llamado Rahab, creado para valorar a mujeres que pasaron por violencia doméstica y necesitan ayuda. El trabajo creció y, actualmente, los equipos atienden a mujeres de todas las edades, que cargan dentro de sí cualquier tipo de trauma. Si usted necesita ayuda contáctese con las voluntarias del Rahab a través de facebook https://www.facebook.com/proyectorahabargentina o acérquese a una Universal y pregunte por el proyecto.
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