Escuchar a alguien quejarse todo el tiempo, de todas las situaciones, no le hace bien a nadie y de cierto modo incomoda, aunque sea un desahogo personal con un pedido de ayuda.
Está quien dice que es una forma de descargar emociones y eliminar todas las experiencias negativas, pero el científico Steven Parton muestra que las emociones negativas venidas de acciones propias o de terceros, afectan directamente nuestro organismo. Lo que es peor, según él, es que algunos no logran tener éxito en la vida por no dejar de lamentarse. La teoría afirma que el pesimismo y las quejas siempre proporcionarán más vivencias malas, pues el cerebro acorta cada vez más el proceso para producir pensamientos malos.
“Tener un tipo de pensamiento hace que sea más fácil tenerlo de nuevo. El cerebro está todo el tiempo reacomodando sus conexiones neuronales, cambiándose a sí mismo para que sea más fácil procesar las ideas. Por eso, tener pensamientos negativos de forma reiterada hace que sea más sencillo volver a pensar de esa manera y también que esa clase de ideas surjan con mayor espontaneidad”, afirma Parton.
Por otro lado, el científico afirma que este comportamiento también es perjudicial para el cuerpo. “Cuando el cerebro dispara estas ondas de negatividad, el sistema inmune se debilita, la presión arterial y el riesgo de sufrir una enfermedad cardíaca aumentan, hay más chances de tener obesidad y diabetes, entre otros males. Cuando uno es negativo, aumentan los niveles de una hormona llamada cortisol, provocando todos esos efectos negativos en el cuerpo”, añade.
¿Cómo cambiar esta forma de pensar?
En su libro El pan nuestro para 365 días, el obispo Edir Macedo explica: “El hijo de Dios no se concentra en lo que es malo, su enfoque está en la Palabra de Dios, en la orden que recibió. Todo lo que hace, lo hace para Dios. Y confía en Su Palabra. Por eso, no murmura, no vive quejándose, no se involucra en chismes, ni crea problemas. Así, se vuelve irreprensible e inculpable, diferente a los hijos de este mundo.
‘Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.’, (Filipenses 2:14-15). Si el mundo ya estaba pervertido y corrupto en el tiempo en el que el apóstol Pablo escribió esta advertencia, cuánto más en la actualidad. La diferencia entre los que son de Dios y los que no lo son tiene que ser aún mayor. Es en la luz que los perdidos encuentran esperanza, camino y dirección. Entonces, aunque parezca inútil actuar correctamente donde todos hacen lo malo, recuerde su misión. Un luminar en el mundo de tinieblas. Mostrando, con sus actitudes, que es posible ser de Dios. Sin quejas, sin murmuraciones, mirando todo con los ojos de la fe”.
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