¡Buen día, obispo!
Soy obrera de la Casa de Dios y miembro de la Iglesia Universal hace casi tres décadas. Al oír la Palabra del Espíritu Santo por intermedio de usted, en nuestra clase de obreros, me puse a pensar: “¿Cómo puedo tener malicia en mi corazón, si solo cabe gratitud?”
Soy muy grata, en primer lugar, a Dios, y después a usted, pues por la puerta de la Iglesia Universal hace casi treinta años entró una familia destruida. Yo era asmática, depresiva y angustiada, pues durante catorce años había cargado conmigo esa enfermedad, y siempre era llevada de prisa al hospital. Mi padre alcohólico, totalmente dependiente del vicio, traía a nuestra familia peleas y discusiones. Nuestra casa era un pedacito del infierno.
Hoy tenemos paz, fuimos curados y liberados de todo el mal, y nuestro objetivo es que por medio de nuestra vida, de nuestros testimonios, otras vidas sean alcanzadas para Dios. Durante todos estos años en la iglesia y en la fe, ya pasamos por muchas luchas, pasamos por muchos desiertos, sin embargo, permanecemos firmes hasta hoy, porque jamás perdemos la visión, jamás quitamos nuestros ojos del Altar.
Muchos obreros, pastores, incluso obispos de nuestra época dejaron de mirar hacia el Altar, y hoy ya no están más en nuestro medio. Para nuestra familia: mis queridos padres, hermanas, mi cuñado y yo (seis obreros de la Mies del Señor), es una honra, un privilegio, permanecer firme y con la pureza del primer amor en nuestro corazón.
En relación a los mensajes de los mensajeros de Satanás, los que un día estuvieron en nuestro medio y hoy siembran palabras de dudas con el fin de alcanzar a los puros, a los buenos ojos, desconocemos, preferimos ni siquiera ver, ni oír, ni sabemos quiénes son. Así preservamos nuestra fe, pues no hay bien mayor que la Salvación de nuestra alma, y a esa fe conseguimos preservarla veintisiete años, y la preservaremos hasta el fin.
Somos como aquellos guerreros de la Tribu de Massai, que enfrentan y matan a un león por día, manteniéndose resistentes, preservando lo que tenemos como más precioso: la Salvación.
“Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida.” Apocalipsis 2:10
Janiere Freitas – Jardim Brasília – Brasilia/DF