“Hoy también hablaré con amargura; porque es más grave mi llaga que mi gemido.”
(Job 23:2)
La indignación es una energía. Sirve para el bien o para el mal, depende de quien la dirige. La mayoría de las personas indignadas ha usado esa fuerza para el mal. El joven indignado con problemas familiares se inclina a las drogas e incluso a la delincuencia. La persona en un callejón sin salida usa su indignación para acabar con su vida. El traicionado usa su indignación para vengarse de quien lo traicionó. Siendo así, cada uno usa su indignación como combustible para quemar.
El indignado es inconsecuente cuando usa su fuerza para el mal. A causa de eso, ha asumido su posición de perdido y ha exteriorizado su indignación en forma de odio.
¡Imagínese esa indignación al servicio de Dios! El resultado será exteriorizar el odio contra las fuerzas espirituales del mal, causantes de las injusticias. Con la dirección Divina, ese poder no solo va a revertir la propia situación, sino la de toda la colectividad. O sea, su indignación, cuando es usada en sociedad con Dios, promueve el bienestar personal y el de los familiares. ¿Cómo? Permitiéndose ser poseído por el Espíritu Santo.
Haga una prueba. Coloque su indignación al servicio de Dios. ¡Su indignación va a despertar la fe pura y usted va a vencer!
Use su indignación al servicio de Dios. Cuando es bien dirigida, es un arma poderosa.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo