“Yo vivo por la gracia de Dios y no por las obras de la Ley, Jesús ya sacrificó por mí, entonces no tengo que sacrificar”. Ese y otros argumentos han sido usados de sobra por la mayoría de los creyentes. Sin embargo, pregunto: si la fe no necesita ser acompañada de sacrificio, ¿acaso la gracia de Dios que dispensa al sacrificio les da el derecho de vivir en la carne? ¿De mantener pecados escondidos por años?
En realidad, aquellos que predican la “Gracia” no tienen la menor idea de lo que ella, de hecho, significa. De manera engañosa, enseñan que la gracia es como una tarjeta prepaga ilimitada que Jesús ya pagó por nosotros. Entonces, podemos aceptarlo y gastar el crédito por tiempo indefinido. Si la persona peca, solo tiene que pedir perdón, pues el crédito con Dios es infinito. Si mañana cae en el mismo pecado, solo tiene que usar el crédito nuevamente sin necesidad de arrepentimiento, sin necesidad de cambio de dirección. Puede contarse apenas con el remordimiento y un montón de excusas “la carne es débil”, “no me pude resistir”, “es más fuerte que yo”…
Debido a este engaño mucha gente que cree tener un lugar garantizado en el cielo ha ido al infierno. Así como la verdadera fe no tiene nada que ver con la religión, la verdadera gracia no tiene nada que ver con la ausencia de sacrificio. Por lo contrario, la gracia le da al ser humano una responsabilidad que no tenía antes. Si antes estaba sujeto al pecado, ahora no tiene más esa excusa. Ya recibió la libertad y el derecho a la Salvación.
Ahora, el hombre es responsable de mantener el camino de la Salvación y, para eso, las reglas de la gracia son bien claras: quien quisiere venir a Jesús, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo. El Señor Jesús nos presenta Su gracia, esto es, Su favor, como algo tan precioso que un hombre vendería todo lo que tiene para comprarlo. Vale el sacrificio de la obediencia, de negarse a sí mismo, de perdonar a quien nos ofende, vale el sacrificio de dejar la vieja vida y alejarse de ciertas personas, cosas y convicciones. Vale todo el sacrificio que la verdadera gracia exige.
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