“Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.” (Salmos 27:3)
Es fácil confiar en Dios cuando todo está bien. Es fácil confiar en Dios cuando los enemigos están lejos. Pero la confianza que David manifiesta aquí es una demostración clara de su fe. Su falta de miedo no venía de ninguna actitud heroica, sino de su fe. De la certeza de que Dios estaba con él.
Incluso en el medio de la guerra, incluso al sufrir una decepción, incluso cuando parece que usted está solo, incluso cuando parece que nada va a salir bien y las palabras negativas vienen de todos lados, es necesario mantener esta confianza y jamás desesperarse.
Hoy usted ve un problemita aquí, otro allí y ya siente miedo. O entonces ve que la dificultad aumenta y ya viene la duda: “¿Dónde está Dios?” La fe que se basa en lo que ve, no es fe. La fe que se basa en lo que siente, no es fe. La fe que se basa en las emociones, no es fe. La fe que se basa en la situación, no es fe.
La fe no se preocupa si lo que está viendo es lo contrario de aquello en que cree. Su confianza no se basa en su condición humana, sino en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo, dentro de la prisión, dijo: “… porque yo sé a Quién he creído” (2 Timoteo 1:12).
En el peor momento de su vida, Job también declaró: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin Se levantará sobre el polvo” (Job 19:25). Quien cree en Dios y Lo conoce, sabe en Quien ha creído. Sabe que Él vive y le dará la victoria. Quien cree en Dios y Lo conoce no tiene miedo de mantener su fe incluso delante de las peores batallas.
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Si usted mantiene esta plena certeza de fe, es imposible que Dios no corresponda.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo