Violeta Villafañe soñaba con escaparse de su casa porque su padre había muerto de cirrosis y su madre se juntó con un hombre alcohólico que abusó de ella cuando tenía apenas 8 años de edad. El miedo de hablar la hacía ocultar lo sucedido, pero ella se volvió agresiva, había mucho odio en su interior.
“Siendo muy joven me fui de mi casa porque sabía que corría peligro allí. Estaba de novia y a los 15 años me fui a vivir con mi esposo. Nos casamos y tuvimos a nuestra primera hija, en ese momento mi marido me traicionó. Esa traición fue tremenda porque yo confiaba en él, sentirme traicionada de esa manera fue terrible, entonces nos separamos. Tuve que salir a trabajar y rehacer mi vida. En ese tiempo me empecé a juntar con gente que consumía, ya no me importaba nada así que durante años consumí cocaína y alcohol. El último tiempo necesitaba consumir en el baño del trabajo porque no podía estar sin drogarme”, cuenta ella.
Su esposo le propuso que volvieran a intentar ser felices y ella aceptó. Violeta pensó que todo iba a salir bien, pero su marido volvió a engañarla, ese fue el fondo del pozo, ella comenzó a consumir de manera desenfrenada. “Llegué a consumir paco, mucho alcohol y drogas, todo para tapar la frustración que sentía al no poder tener la familia que siempre había querido”, revela.
Cuando sus hijos fueron adolescentes, se dieron cuenta de que su madre consumía. Su matrimonio no estaba bien, había golpes y maltratos. Su marido quería que ella dejara de consumir y ella no podía dejar de hacerlo. Ella solo pensaba en morir para terminar con tanto sufrimiento.
“Busqué ayuda para salvar mi matrimonio, pero no pasaba nada. El peor momento fue cuando me desperté en una plaza, había salido para consumir y no sabía cuánto tiempo había pasado. En la desesperación conseguí un arma para terminar con mi vida, pero la bala no salió”.
Una de sus hermanas la invitó a la Universal, la fue a buscar y la acompañó a la reunión. Esa noche tanto Violeta como su familia lograron dormir y tener paz. No fue sencillo ser libre de las adicciones y restaurar su familia, pero perseveraron y lograron una vida diferente, pero ella y su marido dejaron de alimentar su fe y los problemas reaparecieron. “Mis hijos mayores lucharon por mí y por mi marido, gracias a ellos volvimos a vivir la fe y eso me permitió estar fuerte para ayudar a una de mis hijas en su peor momento. Ella estaba deprimida, tenía bulimia y había intentado suicidarse. Descubrí esto cuando la llevé al médico porque tenía fiebre y resultó que estaba enferma de un herpes genital y tenía probabilidades de estar enferma de sida. Fueron momentos muy duros, pero Dios me dio la fuerza y la sabiduría para vencer esa situación”, afirma mientras abraza a su hija.
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