No existe manifestación de fe sin la acción del sacrificio. Tampoco hay sacrificio sin la manifestación de la fe. La fe y el sacrificio caminan juntos. El Señor Dios, Autor y Consumador de la fe, manifestó la fe sacrificial cuando ofreció a Su Único hijo para que a través de Él, pudiese generar muchos más. Esa es la calidad de fe exigida para la conquista.
Los antiguos héroes de la Biblia también practicaron la fe sacrificial. Por eso fueron justificados delante de Él y conquistaron todo. Para alcanzar esa calidad de fe, que es agradable al Señor Jesús y generadora de bendiciones, estos héroes tuvieron que sacrificar: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella.” (Hebreos 11:4)
Abel fue el primer hombre que demostró la fe sacrificial. Si él no la hubiese manifestado, jamás habría tomado las primicias de su rebaño para entregárselas a su Padre. Caín, su hermano, no Lo agradó, porque faltó sangre en su sacrificio, o vida en su fe. Así también sucede con las personas religiosas: ellas tienen fe y hacen sacrificios, pero no del tipo que agrada a Dios, pues son incapaces de ofrecer sacrificios que exigen la manifestación de una fe viva. Por eso continúan derrotadas incluso creyendo en Él.
Noé probó su fe sacrificando cien años de su existencia en la construcción de un arca que salvaría la vida de su familia. Abraham mostró la fe viva cuando sacrificó su voluntad para hacer la voluntad de Dios. Él abandonó su parentela y la casa de su padre para ir a una tierra que el Señor le mostraría. Como vemos, los hechos de los antiguos los hicieron conseguir mérito delante de Dios. La fe viva junto a los sacrificios los hizo tomar posesión de Sus grandezas. Lo que no existía vino a la existencia por causa del ejercicio de la fe viva de aquellos hombres.
La Biblia también enseña que la fe es el poder de Dios prestado al ser humano, para que él sea Su cooperador en la Tierra. En verdad, el Creador nunca realizó ningún milagro sin la participación de Su criatura.
Para que los hijos de Israel sean libres de la esclavitud y se convirtieran en una nación poderosa, Dios tuvo que usar a un nombre: Moisés. Para que el sol y la luna estén detenidos por casi un día entero, fue necesaria la palabra de Josué. En cada milagro narrado en las Escrituras existió la participación humana. Podemos afirmar que el cincuenta por ciento del milagro es realizado por el ser humano, y que Dios lo completa a partir del momento en que hacemos nuestra parte. El elemento de conexión entre nosotros y Dios es la fe activa, pues ella nos hace dependientes de Él. He aquí la razón por la cual la fe no puede ser teórica, sino práctica. Si nosotros la hacemos teórica, las promesas Divinas también serán teóricas. El justo vive por la fe, o sea, su vida depende de ella. Y depender de la fe es depender de Dios. Por eso el Señor dijo: “El justo vivirá por la fe.” (Hebreos 10:38)
La calidad de fe de cada uno se expresa a través del sacrificio, y la calidad del sacrificio muestra el tipo de fe. Vale la pena resaltar que el mundo está repleto de personas que viven una fe sin vida, una fe sin compromiso con Dios, y que ese tipo de fe no libera, no cura, no produce ningún beneficio. Peor que eso, esa fe no salva. La verdadera fe proporciona plenitud de vida.
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(*) Texto extraído de libro “Mensajes del obispo Macedo”
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