“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.”
(Efesios 6:16)
La fe, además de ser un arma de ataque, es el escudo en nuestra guerra diaria. Tomando SIEMPRE el escudo de la fe, podemos apagar TODOS los dardos inflamados del maligno. No hay momento en el que la fe no pueda ser usada. El escudo tiene que estar siempre en nuestro brazo, siempre a mano, como un recurso accesible.
Cualquier palabra de duda lanzada como un dardo del enemigo es apagada con el escudo de la fe. Cualquier palabra de derrota es apagada con el escudo de la fe. Cualquier amenaza de problema insoluble es apagada por el escudo de la fe. Usted cree. Usted declara, en voz alta, aquello en lo que usted cree.
Sus palabras son positivas, sus palabras son de esperanza, de victoria, de consuelo, de osadía, de certeza. Usted declara la promesa que recibió. Usted se agarra, firme, a la certeza de lo que está escrito. De lo que ya le fue prometido. Sabe en Quién ha creído. Todo el tiempo está usando los ojos de la fe, la mente de la fe, y se vuelve un escudero habilidoso, que no solo se protege a sí mismo, sino también les enseña a los demás a usar sus propios escudos.
Por lo tanto, no permita que el desánimo, el miedo, la duda y la ansiedad entren a su mente y encuentren un lugar en su corazón. Use el escudo de la fe, use la espada de la Palabra de Dios y destruya, uno a uno, los pensamientos que quieren destruirlo.
No se aparte nunca del escudo que puede guardarlo incluso en los momentos en los que nadie lo está viendo.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo