Sofía de Barengo tuvo una vida de sufrimiento, pero cuando descubrió el poder de su fe, su historia cambió para siempre. “Tuve una infancia feliz, no me faltaba nada, pero tenía pesadillas y mucho miedo de perder mi familia. El tiempo pasó y por una infidelidad, mi mamá se enfermó de anorexia nerviosa y poco tiempo después, de cáncer de pulmón, porque fumaba mucho.
Deprimida, yo salía a ahogar las penas, hacía lo que quería y así conocí las drogas. Empecé fumando marihuana y después seguí con cocaína. Al principio era los fines de semana, con mis amigos, después pasé a drogarme entresemana, al punto de ir a la facultad y al trabajo drogada; me sentía vacía.
Al tiempo, mi mamá se suicidó tomando pastillas, porque no quería sufrir más con el cáncer. Después mi hermano se suicidó, no pudo superar un problema sentimental que había pasado. Fueron momentos muy duros para mí. Varios años después, conocí a quien hoy es mi marido. Parecía un príncipe, pero consumía drogas, incluso más que yo. Él tomaba crack y otras drogas duras. Me golpeaba, viví un infierno con él, se pasaba días consumiendo drogas encerrado en la habitación. Las discusiones empezaban de la nada, en cierta ocasión me golpeó la cabeza contra el vanitory del baño, pensé que me mataba. Yo estaba aislada, me había alejado de mis amigos, de mi familia, no tenía vida social ni trabajo, me tenía completamente sometida. Recuerdo que parecía una autómata para evitar que me agrediera.
Tiempo después conocimos la iglesia. Estábamos viviendo de prestado en la casa de mi suegra y una conocida le habló de la Universal a mi marido. Nos dio un ejemplar de El Universal y vimos la programación por TV. Fuimos al día siguiente y empezamos a participar, pero no pudimos afirmarnos en la fe. Mi marido terminó internado en un psiquiátrico, su madre nos echó de casa, fue muy complicado, pero luchamos y pudimos volver a la iglesia.
Empezamos a perseverar en las cadenas de oración, aprendimos a usar la fe en los propósitos y en la Hoguera Santa y los problemas que teníamos fueron solucionándose. Paulatinamente pudimos pagar las deudas que teníamos, yo me curé y mi marido dejó las drogas, pero nos faltaba algo, el Espíritu Santo. A partir de nuestro encuentro con Dios comenzó el verdadero cambio interior. Hoy estamos muy bien, mi salud fue restaurada, no tenemos vicios y el matrimonio es maravilloso. Amo a mi marido, compramos la casa, el auto y una camioneta. Dios abrió nuestra visión y logramos abrir una empresa que cada día crece más. Hoy en día invertimos en nuestra distribuidora y vamos logrando nuevos objetivos”.
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