“Y así que vino hasta Lehi, los filisteos salieron gritando a su encuentro; pero el Espíritu del Señor vino sobre él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se volvieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron de sus manos.”
(Jueces 15:14)
Los enemigos estaban muy felices. Finalmente habían capturado a Sansón. Sin embargo, su felicidad duró muy poco. El Espíritu del Señor se apoderó de él de tal manera que aquello que lo ataba se convirtió en algo despreciable. La fuerza de sus enemigos se volvió debilidad. Lo que estaba amarrado se deshizo. Se liberó fácilmente.
Cuando el Espíritu de Dios se apodera de una persona, ella queda libre de todas sus ataduras. Bajo la acción del Espíritu Santo, no hay nada que usted no pueda hacer, nada es imposible, nada es difícil, nada es más fuerte que usted, porque nada es más fuerte que el Espíritu de Dios. No hay dificultad que pueda detener a aquel que está lleno del Espíritu Santo.
Así como los filisteos no pudieron contener a Sansón mientras que se mantuvo fiel a Dios, no hay ningún límite para aquel que tiene el Espíritu de Dios. No hay maldición, no hay barreras, no hay inseguridad capaz de sujetar a un hijo de Dios, movido por la indignación legítima del Espíritu. Indignación contra las ataduras. Indignación contra aquello que lo mantiene preso, que lo mantiene limitado mientras que el propio Dios ya lo liberó. “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.” (Gálatas 5:1) Quien decide si va o no a someterse al yugo de esclavitud es usted mismo. Si ya fue liberado por Cristo, si ya es hijo de Dios, al primer intento de ser atado por el mal, surge la indignación del Espíritu, que lo hace despedazar fácilmente las cuerdas de la esclavitud.
Permanecer firme en el Espíritu Santo es la única garantía de la liberación permanente.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo