“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.”
(Lucas 6:37-38)
El Señor Jesús aquí dejó en claro la manera en que Él nos ve. Si juzgo, seré juzgado. Si no juzgo, no seré juzgado. Si condeno, seré condenado; si no condeno, no seré condenado. Si perdono, seré perdonado; si no perdono, no seré perdonado. En otras palabras, quien da, recibe. Lo que yo dé, voy a recibir.
Si soy una persona de carácter, voy a ser beneficiado por ese buen carácter. Si tengo un mal carácter, seré perjudicado por mi mal carácter. Como soy con los demás, los demás serán conmigo. Si hago lo que agrada al diablo, le doy al diablo permiso para desgraciar mi vida. Si hago lo que agrada a Dios, Le doy a Dios el permiso para que me bendiga.
El Señor Jesús dijo “dad”. Ese es el secreto de la Universal. Es el secreto de nuestro trabajo. Estamos preocupados por dar, porque cuanto más damos, más recibiremos. ¿Cómo Le puede reclamar a Dios un cambio en su matrimonio si usted no ha hecho su parte, si no quiere cambiar antes que el otro cambie? ¿Cómo quiere ser valorado en su trabajo si no da lo mejor de usted?
Si en el trabajo usted engaña, ninguna oración será capaz de beneficiarlo. Dar lo mejor de usted hace que su oración sea oída. Un trabajo hecho de cualquier manera, no le da ningún crédito para exigir justicia ante Dios. Dé y usted recibirá. Dé lo mejor de usted y recibirá lo mejor de Dios. Él no queda debiéndole a nadie. Él recompensa a los que Lo sirven.
El secreto de la transformación de su vida es aprender a dar. Es la única forma de recibir algo de Dios.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo