Los problemas de Gabriel Reynaga empezaron cuando tenía 13 años por sus problemas con el alcohol y las drogas, estos problemas comenzaron por relacionarse con personas que lo llevaron por malos caminos: “Me convertí en la oveja negra de la familia, estaba perdido. Crecí y me fui involucrando con personas del barrio que andaban en los vicios. A los 17 años empecé a salir mucho, ahí fue peor. Llegaba borracho y después empezé a drogarme. Al principio no era un vicio, lo hacíamos para pasar el tiempo, pero después me volví alcohólico. Fue un problema grave para mí, porque los que estaban alrededor mío también sufrían”.
Gabriel tenía relaciones ocasionales, su vida amorosa nunca llegaba a nada serio. Además, su economía estaba hecha un desastre. “Yo hacía changas, pero no me alcanzaba para nada. Gastaba todo lo que tenía en alcohol y drogas. Usaba todo para salir, hasta le pagaba a los amigos. Mi familia me tenía que mantener, darme para lo básico. No tenía proyectos a futuro, lo único que quería era salir a bailar y a tomar. Las drogas me las dio un amigo, ese día antes de entrar a un boliche tomamos alcohol hasta emborracharnos, era como que lo necesitábamos para sentirnos poderosos. Después empezamos a fumar marihuana, fue lo primero que probé, después fue la cocaína. Mi temperamento comenzó a cambiar, me peleé con mucha gente buena, era otra persona. Si no salía estaba encerrado y deprimido.
Cuando conocí a mi esposa era muy joven y la primera vez que nos encontramos fui borracho. Ella también tenía muchos problemas en su casa, pero igual nos enamoramos. Creo que por eso nos sentimos identificados el uno con el otro, porque los dos compartíamos los mismos problemas. Entonces nos unimos para estar juntos, ayudarnos y apoyarnos en todo. Pero todo fue peor porque éramos dos problemas que se juntaban.
Un día, una de las tantas noches que salí me desperté mal, hacía tres noches que no dormía, sentía que me moría por un fuerte dolor en el pecho. Ahí recordé que mi papá escuchaba la radio de la Universal, puse la radio y escuché a un muchacho y me sentí identificado con su historia. Parecía que hablaban de mi vida. Él contó su historia, cómo su vida había cambiado en la iglesia y creí. Después de eso no quise salir, aunque yo salía todas las noches. Llegué a la Universal 3 días después y la invité a mi esposa. El primer día lloré como un bebé, me desahogué, me saqué toda la angustia de encima. Empecé a participar de las reuniones, de los propósitos y mi vida empezó a cambiar. Tiempo después también sacrifiqué en la Hoguera Santa y Dios transformó mi vida. Hoy estoy liberado de los vicios, ahora sé lo que es ser feliz. Tengo una familia, gracias a Dios me casé con Su bendición y tenemos dos hijos.
Antes no tenía un proyecto de vida, hoy todo es distinto, tengo dos negocios, mi esposa tiene un salón de fiestas y hace poco me entregaron un auto 0 km”.
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