Al principio ellas intentan convencer a la persona de que sacrificar no es el mejor camino. Y, en algunos casos, tienen éxito; de hecho, terminan logrando desviar el enfoque de la persona del Altar.
Sin embargo, están aquellos a los que nada ni nadie es capaz de disuadir de hacer aquello que la fe les pidió. Y, movidos por la seguridad de que Dios los honrará, ellos van hasta el fin y sacrifican su todo en el Altar.
Pero no se deje engañar, porque el mal jamás se dará por vencido y seguramente creará nuevas estrategias para derrumbar su confianza en Dios y desviar sus ojos del Altar.
Por eso es importante que usted conozca y esté atento a las 3 voces usadas estratégicamente por el mal para impedir que usted tome posesión de la bendición que ya es suya, mediante su entrega en el Altar. Sepa cuáles son:
La voz del miedo – Ella viene sutilmente, con ese frío en la panza, y dice: “¿Pusiste todo en el Altar, y ahora?” Usted debe, inmediatamente, refutar esa voz, diciendo: “Ahora mi vida está en las manos de Dios; ahora tendré un testimonio para contar en el altar; ahora veré las maravillas de Dios en mi vida.”
La voz de la duda – Es la más peligrosa. Usted fue guiado hasta el Altar por la voz de la fe, la voz de la certeza y, por eso, combatió una lucha terrible para cumplir su voto, y lo cumplió. Hasta aquel instante no había espacio para la otra voz, no había otra opción.
Entonces, el mal hará de todo para sembrar en el corazón de la persona otra opción: “¿Y si no funciona?”; “¿Y si, por las dudas, no sucede?”
No se deje engañar, porque no existe otra opción cuando se está en la fe. No existe la opción de que “salga mal” cuando nuestros ojos están en el Altar. Por lo tanto, lo que usted debe hacer cada vez que venga ese pensamiento a su mente es reprender inmediatamente. Haga callar esa voz maldita que intenta debilitar su fe.
La voz de la ansiedad – La ansiedad es un enemigo terrible de la fe. Es la que hace que usted se despierte al día siguiente diciendo: “¿Será hoy?” Y al otro día, y así por delante. Es ella la que hace que usted quiera “darle una fuerza” al Espíritu Santo, cuando Él no la necesita.
La ansiedad es lo contrario a la confianza. Ella trae inquietud, mientras que la confianza trae paz de espíritu. La persona está tranquila porque sabe que todo va a salir bien. Sabe que Dios la está cuidando.
¿Josafat o Pedro?
Josafat estaba listo para enfrentar un ejército enorme (lea 2 Crónicas 20). Cuando él vio el tamaño del ejército tuvo miedo, pero no se acobardó. En vez de acobardarse se puso a buscar al Señor:
“¡Oh Dios nuestro! ¿No los juzgarás Tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a Ti volvemos nuestros ojos.” 2 Crónicas 20:12
El problema no es que usted sienta miedo, y sí como usted reacciona delante de él.
Delante de la confianza en el Todopoderoso demostrada por Josafat, la respuesta de Dios fue un refrigerio para el alma del rey:
“No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.” 2 Crónicas 20:15
Al contrario de Josafat, el apóstol Pablo no supo combatir el miedo. En un primer momento él demostró fe al caminar sobre las aguas, pero rápidamente percibió la fuerza del viento, sintió miedo y comenzó a hundirse. O sea, él sacó sus ojos del Señor Jesús para mirar las circunstancias y dejó que el miedo lo dominara, por eso se hundió. Él tuvo fe, pero le faltó lo más importante: la confianza.
¿Cuál es la diferencia entre ellos?
Al sentir miedo, uno puso los ojos en Dios, el otro quitó los ojos de Él.
Y usted, ¿dónde tiene puestos sus ojos? En cualquier momento una de esas voces puede golpear la puerta de su corazón, pero le cabe a usted combatirla y mantener su confianza en la voz del Altar.
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(*)Texto sacado de una prédica del obispo Edson Costa
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