Elena y David unieron sus vidas esperando formar una familia que les hiciera olvidar lo que habían vivido en su infancia: el alcoholismo de sus padres y la violencia. “Cuando tenía 4 años, un vecino abusó de mí y por miedo no dije nada. Yo me sentía culpable y odiaba a mi mamá. Cuando crecí, jugaba con los hombres. Hasta que me enamoré, pero él me dejó por otra a pocos días del casamiento y me deprimí mucho”, cuenta Elena.
David también pasó por momentos que lo llevaron al límite: “Mi papá falleció cuando yo tenía 10 años y empecé a andar en la calle. Cuando crecí estuve con varias mujeres, hasta que me puse de novio y convivimos durante 7 años. Estábamos por casarnos, pero me engañó. Entonces empecé a tomar alcohol y a salir para llenar el vacío que sentía. Después de años empecé a salir con Elena. Me volví alcohólico, también fumaba mucho, toqué fondo”. Ella también se volvió alcohólica, porque se deprimió. “Él llegó a decirme que no servía como mujer, entonces me quedaba sola en casa y tomaba. Un día me puse un revólver en la cabeza, gatillé y gracias a Dios la bala no salió”, revela ella al recordar el dolor y la impotencia que sentía por una vida de sufrimiento. Ellos intentaron construir una familia, pero no podían tener hijos.
“Llegué a la Universal y fui cambiando, él llegó un año después, para ese entonces yo sentía paz, pude perdonar a mi mamá y a él. Fue duro, pero estábamos decididos a cambiar de vida. Él dejó las fiestas, el alcohol y a sus amantes, hoy es otro hombre. Entre nosotros hay armonía, amor y tenemos hijos, lo que tanto queríamos. Estamos bendecidos en todos los sentidos, tenemos una casa bien amueblaba, nuestra camioneta, un auto y él trabaja por su cuenta”, afirma Elena sonriendo.
Ella aprendió a invertir en su vida espiritual a través de los propósitos de oración y del Ayuno de Daniel. Mantener la fe activa produjo el cambio que ella tanto necesitaba.
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