La ley natural de la vida es que los padres críen a sus hijos, envejezcan y les dejen a ellos un legado. Nadie quiere o espera que ese orden se altere.
Erika Alves Pereira Nunes, de 28 años, auxiliar administrativa, vivió el desafío de ver a su pequeño hijo entre la vida y la muerte. A principios de 2016, el pequeño Ellias Diogo Alves Nunes, de 4 años, aparentaba estar muy cansado. La constante tos y fiebre alta preocupaban a Erika, que, al principio, creyó que el problema era una gripe. “En enero, llevé a Ellias al hospital, porque la fiebre no cesaba, tenía más de 40 grados. Lamentablemente era más grave de los que imaginaba”, recuerda.
A él le diagnosticaron neumotórax, neumonía lumbar y derrame pleural. Después de evaluar los resultados, los médicos lo internaron en terapia intensiva. “El 99% de su pulmón estaba comprometido. Mi hijo no podía caminar más y le pusieron un drenaje para que respirara. Todos los días se drenaban dos litros y medio de agua de su pulmón. Verlo de esa manera era desesperante”, dice.
Sin perder la esperanza
En la misma semana de internación, los médicos la llamaron y le dijeron que el cuadro se agravaba y, por eso, debían realizar una cirugía de emergencia. “Me informaron que sería necesario cortarle una costilla para sacarle el pulmón derecho. El proceso sería largo y lento debido a la gravedad de la enfermedad y también porque él era un niño”, cuenta.
Preocupada por la noticia que acababa de recibir, ella hizo una oración en el baño del hospital, y al regresar a terapia intensiva, supo la gravedad de la operación. “El médico dijo que solo dos de cada diez niños sobreviven al procedimiento y que Ellias tenía pocas probabilidades de regresar vivo. Hasta hoy recuerdo sus palabras: ‘Mire, mamá, no veo mucha esperanza, prepárese para lo peor’”, recuerda.
Después de escuchar esas palabras, ella regresó al baño, se arrodilló y clamó. “Reprendí lo que el médico me había dicho. Le dije a Dios que no aceptaba perder a mi pequeño hijo. Le pedí señales y lo que debería hacer para revertir esa situación, porque Él me había dado un hijo perfecto y perfecto él debería volver a ser. No aflojé, me indigné”, declara.
La indignación que cura
No aceptar la posible muerte de su hijo fue fundamental para que Erika no se quedara quieta o lamentando la posibilidad de la pérdida. Ese día, ella puso en práctica la fe que había aprendido a tener meses antes en la Universal. “Ya estaba frecuentando la Universal hacía cuatro meses. Ese momento fue crucial para que yo despertara. No podía esperar, necesitaba una respuesta inmediata antes de que la cirugía sucediera”, dice.
Ellias empeoró y los exámenes pre quirúrgicos mostraron que el estado del niño era muy delicado. “Los resultados demostraron que el pulmón estaba 100% comprometido y que tendrían que extirparlo lo más rápido posible. Pero, incluso viendo lo contrario de lo que yo quería, seguí orando”, comenta.
En la madrugada siguiente, en el día de la cirugía, un cambio surgió. “A las 3:40 h de la mañana entró un gran equipo médico a terapia intensiva buscando a Ellias. Recuerdo que tenía certeza en mi interior de que mi hijo sobreviviría a la cirugía. Pero Dios me sorprendió más allá de eso”, cuenta Erika.
Cuando ella miró hacia la cama, el niño estaba sentadito y sonriendo, algo que él no había hecho hacía tres meses. Todos los drenajes estaban secos, es decir, parecía que no había más agua en su pulmón. “Ellos repitieron los exámenes y los resultados demostraron que su pulmón estaba 100% curado, sin ninguna perforación, sin mal olor. Él comenzó a respirar normalmente sin la ayuda de aparatos e incluso parecía otro niño.”
Sin saber lo que estaba sucediendo, los médicos se sorprendieron por la recuperación. “Ellos le dieron el alta ese mismo día y suspendieron la cirugía. Me dijeron que no entendían la cura y yo les respondí que ese era el poder de Dios. Me emociono solo al recordar ese momento”, destaca.
Hoy, Ellias es un niño saludable y su victoria demuestra cómo la fe inteligente ayuda en el proceso de la cura. “A él ni siquiera le agarra una gripe. Los médicos decían que él no podría correr, que tendría que tener una vida sujeta a reglas, pero él corre, salta, juega y no se cansa. Su pulmón está 100% restaurado. Pero ese milagro solamente sucedió porque yo creí y luché espiritualmente por esa victoria”, concluye Erika.
Esa felicidad de Erika tiene nombre: la creencia en lo imposible. Porque la verdadera fe es esa, la que trae la esperanza, es “(…) la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1)”
Muchas personas hacen y reciben oraciones para tratar enfermedades incurables en las reuniones de cura y liberación de la Universal. Las cadenas se realizan todos los martes y viernes a las 8, 10, 16 y 20h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro, o consulte aquí la dirección de la Universal más cercana a usted.
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