Sandra Espósito sufrió durante más de 25 años. Todo comenzó cuando era pequeña y comenzó a ver una sombra que la aterrorizaba siempre, sufrió bullying y tuvo complejos. Con el tiempo empezó a escuchar una voz que le decía que no servía para nada, que era mejor que se matara.
“Me casé y comencé a tener problemas con mi esposo porque había sufrido intentos de abuso. Una vecina me hizo un trabajo de brujería porque le mojé la vereda sin querer y a partir de ese momento mi matrimonio se destruyó. Había peleas y mi esposo me fue infiel. Un día él me dijo que me fuera porque no me quería más.
Eso me llevó a estar depresiva, adelgacé mucho, tomaba y no comía, por lo que se me caía el pelo. El dinero no alcanzaba para mantener a mis hijos y durante cuatro años me dediqué a trabajar solo para alimentarlos, pero mi vida no tenía sentido”.
Ella intentó suicidarse, dejó una carta para despedirse de sus hijos. Al poco tiempo sufrió dolores repentinos y tuvo que tomar medicación de por vida.
“Busqué ayuda en los espíritus y un día terminé frente a las vías, no sabía lo que estaba haciendo. Otro día escuché ruidos en una habitación, cuando entré, mi hijo de 10 años estaba colocándose una sábana alrededor del cuello para suicidarse porque no veía a su padre. Hablé con mi exmarido y decidimos volver a estar juntos, pero estábamos en la miseria. Era muy precaria la casilla en que vivíamos y mis hijos comían gracias a mi madre. Mi esposo y yo solo tomábamos mate con yerba secada al sol. Él estaba depresivo y yo salía a trabajar, pero no alcanzaba para nada el dinero. Busqué ayuda en los planes sociales, pero no pudimos acceder. Ni la familia nos quería seguir ayudando. Esto generó peleas entre nosotros, los nenes se enfermaban, todas las puertas estaban cerradas”, afirma.
Cuando ella se acercó a la Universal estaba muy mal, pero al participar de las reuniones descubrió que había una forma de salir de esa situación. “Perseveré y puse en práctica todas las orientaciones, así las puertas se abrieron. Tuve paz y pude dormir, de a poco las cosas fueron cambiando, el matrimonio fue transformado. Hoy somos muy compañeros y tenemos excelente comunicación con mis hijos. Las enfermedades y los tormentos espirituales desaparecieron. De intentar tres veces terminar con mi vida pasé a tener ganas de vivir, soy realmente feliz”, afirma sonriendo.
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