Conocer la Biblia es muy importante para todos nosotros, especialmente en los momentos más difíciles de nuestra vida, porque Dios habla con nosotros por medio de Su Palabra. El Espíritu Santo nos conduce, nos orienta, y cuando pasamos por tribulaciones, Él nos hace recordar lo que está escrito en la Biblia, una Palabra de Dios que nos conforte. Pero solo la recordaremos si la conocemos.
Por eso, elaboramos un plan para que usted lea la Biblia en 1 año. Si usted todavía no comenzó, haga clic aquí y empiece ahora, no lo deje para mañana. Usted verá cómo se transformará su vida.
Si usted ya está en este propósito, acompañe la lectura de hoy:
Deuteronomio 8
1 Todos los mandamientos que yo os ordeno hoy, tendréis cuidado de ponerlos por obra, a fin de que viváis y os multipliquéis, y entréis y toméis posesión de la tierra que el Señor juró dar a vuestros padres.
2 Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos.
3 Y te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor.
4 Tu ropa no se gastó sobre ti, ni se hinchó tu pie durante estos cuarenta años.
5 Por tanto, debes comprender en tu corazón que el Señor tu Dios te estaba disciplinando así como un hombre disciplina a su hijo.
6 Guardarás, pues, los mandamientos del Señor tu Dios, para andar en sus caminos y para temerle.
7 Porque el Señor tu Dios te trae a una tierra buena, a una tierra de corrientes de aguas, de fuentes y manantiales que fluyen por valles y colinas;
8 una tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados; una tierra de aceite de oliva y miel;
9 una tierra donde comerás el pan sin escasez, donde nada te faltará; una tierra cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes puedes sacar cobre.
10 Cuando hayas comido y te hayas saciado, bendecirás al Señor tu Dios por la buena tierra que El te ha dado.
11 Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios dejando de guardar sus mandamientos, sus ordenanzas y sus estatutos que yo te ordeno hoy;
12 no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas,
13 y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique,
14 entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre.
15 El te condujo a través del inmenso y terrible desierto, con sus serpientes abrasadoras y escorpiones, tierra sedienta donde no había agua; El sacó para ti agua de la roca de pedernal.
16 En el desierto te alimentó con el maná que tus padres no habían conocido, para humillarte y probarte, y para finalmente hacerte bien.
17 No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza.”
18 Mas acuérdate del Señor tu Dios, porque El es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de confirmar su pacto, el cual juró a tus padres como en este día.
19 Y sucederá que si alguna vez te olvidas del Señor tu Dios, y vas en pos de otros dioses, y los sirves y los adoras, yo testifico contra vosotros hoy, que ciertamente pereceréis.
20 Como las naciones que el Señor destruye delante de vosotros, así pereceréis, porque no oísteis la voz del Señor vuestro Dios.
Salmos 91
1 El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente.
2 Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío.
3 Porque El te libra del lazo del cazador y de la pestilencia mortal.
4 Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad.
5 No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día,
6 ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día.
7 Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará.
8 Con tus ojos mirarás y verás la paga de los impíos.
9 Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación.
10 No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada.
11 Pues El dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te guarden en todos tus caminos.
12 En sus manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra.
13 Sobre el león y la cobra pisarás; hollarás al cachorro de león y a la serpiente.
14 Porque en mí ha puesto su amor, yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido mi nombre.
15 Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré;
16 lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi salvación.
Isaías 36
1 Y aconteció que en el año catorce del rey Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó.
2 Y el rey de Asiria envió desde Laquis a Jerusalén, al Rabsaces con un gran ejército, contra el rey Ezequías. Y se colocó junto al acueducto del estanque superior que está en la calzada del campo del Batanero.
3 Entonces Eliaquim, hijo de Hilcías, mayordomo de la casa real, el escriba Sebna y el cronista Joa, hijo de Asaf, salieron a él.
4 Y el Rabsaces les dijo: Decid ahora a Ezequías: “Así dice el gran rey, el rey de Asiria: ‘¿Qué confianza es ésta que tú tienes?
5 ‘Yo digo: “Tu consejo y poderío para la guerra sólo son palabras vacías.” Ahora pues, ¿en quién confías que te has rebelado contra mí?
6 ‘He aquí, tú confías en el báculo de esta caña quebrada, es decir, en Egipto, en el cual, si un hombre se apoya, penetrará en su mano y la traspasará. Así es Faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él.
7 ‘Pero si me decís: “Nosotros confiamos en el Señor nuestro Dios,” ¿no es El aquel cuyos lugares altos y cuyos altares Ezequías ha quitado y ha dicho a Judá y a Jerusalén: “Adoraréis delante de este altar”?
8 ‘Ahora pues, te ruego que llegues a un acuerdo con mi señor el rey de Asiria, y yo te daré dos mil caballos, si por tu parte puedes poner jinetes sobre ellos.
9 ‘¿Cómo, pues, puedes rechazar a un oficial de los menores de los siervos de mi señor, y confiar en Egipto para tener carros y hombres de a caballo?
10 ‘¿He subido ahora sin el consentimiento del Señor contra esta tierra para destruirla? El Señor me dijo: “Sube contra esta tierra y destrúyela.”
11 Entonces Eliaquim, Sebna y Joa dijeron al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo porque nosotros lo entendemos, y no nos hables en la lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre la muralla.
12 Pero el Rabsaces dijo: ¿Acaso me ha enviado mi señor para hablar estas palabras sólo a tu señor y a ti, y no a los hombres que están sentados en la muralla, condenados a comer sus propios excrementos y a beber su propia orina con vosotros?
13 El Rabsaces se puso en pie, gritó a gran voz en la lengua de Judá, y dijo: Escuchad las palabras del gran rey, el rey de Asiria.
14 Así dice el rey: “Que no os engañe Ezequías, porque él no os podrá librar;
15 ni que Ezequías os haga confiar en el Señor, diciendo: ‘Ciertamente el Señor nos librará, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria.’
16 “No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: ‘Haced la paz conmigo y salid a mí, y coma cada uno de su vid y cada uno de su higuera, y beba cada cual de las aguas de su cisterna,
17 hasta que yo venga y os lleve a una tierra como vuestra tierra, tierra de grano y de mosto, tierra de pan y de viñas.’
18 “Cuidado, no sea que Ezequías os engañe, diciendo: ‘El Señor nos librará.’ ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria?
19 “¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim? ¿Cuándo han librado ellos a Samaria de mi mano?
20 “¿Quiénes de entre todos los dioses de estas tierras han librado su tierra de mi mano, para que el Señor libre a Jerusalén de mi mano?”
21 Pero ellos se quedaron callados y no le respondieron palabra alguna; porque el rey había dado un mandato, diciendo: No le respondáis.
22 Entonces Eliaquim, hijo de Hilcías, mayordomo de la casa real, el escriba Sebna y el cronista Joa, hijo de Asaf, fueron a Ezequías con sus vestidos rasgados, y le relataron las palabras del Rabsaces.
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