María y su hijo Nicolás: “Sufrí desde chica. A los 17 años quedé embarazada, pero estaba sola. Después me casé; pero fue peor, era un desastre. Mi hijo Nicolás creció y a los 16 años se drogaba y andaba en la calle”, comenta ella.
“A los 11 años conocí la marihuana, después el alcohol y la cocaína. Se convirtió en una forma de vida para mí. Tomaba alcohol desde que me despertaba hasta la noche. A los 14, me hicieron conocer la heroína. Andaba armado. Me llegó a pasar el despertarme y no saber dónde estaba, ni quién era. Tenía otra ropa, plata en el bolsillo y la cara llena de cocaína, nunca supe qué pasó. Hablaba con mis compañeros muertos, estaba enloqueciendo. Llegué a estar en situación de calle, lo único que me faltaba perder era la vida.
Intenté matarme un montón de veces. Un día decidí matar a mi padrastro. Sin embargo, mi mamá se puso de rodillas, me rogó que no lo hiciera y él se fue la casa”, recuerda Nicolás.
María sufría en silencio: “Él venía mal, drogado. Una noche de insomnio, prendí el televisor y vi un programa de la Universal. Eso me hizo sentir bien. Comencé a participar de las reuniones, pero no fue fácil. En un momento, pensé que me lo iban a entregar muerto. Llegaba llorando a la Iglesia. Cuando yo salía de mi casa, él llegaba golpeado y drogado”.
“Nunca me imaginé vivir así, libre, sin consumir drogas. Hoy tengo una vida completa, soy muy feliz con mi familia”, asegura Nicolás.
“Hice una locura en el Altar y me di cuenta de que Dios no falla”, finaliza María.
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