María: “Mi papá era alcohólico, en mi casa había miseria y violencia por el vicio. Cuando tenía 12 años, mi mamá se fue, estaba cansada de la adicción de mi padre. Fue fuerte porque me abandonó. En ese tiempo me hundí en los vicios.
Usé marihuana para intentar llenar el vacío que había dentro mío, no quería vivir. Por otro lado, sentía que perdía el valor como mujer, salí con hombres para que me pagaran el vicio. Además, tuve problemas alimenticios, ya no podía tomar ni agua. Iba a los médicos y me recetaban de pastillas, me volví adicta, pero no me hacían nada.
Sufrí mucho por mi vida amorosa. Estaba en una relación, pero él me humilló y me utilizó. Toqué fondo cuando un amigo murió en un accidente, él también tenía adicciones.
Una vez me desperté y mi hermana estaba borracha. Verla me hizo recordar lo que había vivido con mi papá. Me dije ‘la voy a matar’, pero reaccioné antes de agarrar el cuchillo.
Ella llegó a la Iglesia primero, yo demoré como medio año en hacerlo. En un momento me sentí en el fondo, empecé a llorar y dije ‘necesito ir’.
El primer día dejé los vicios. Sin darme cuenta, fumé un cigarrillo y tuve ganas de vomitar, nunca más pasé por abstinencia. Luego de casi 10 años, soy otra persona, ahora vivo, antes me arrastraba.
Tuve un encuentro con Dios, Él me dio un nuevo corazón y otra mente. Superé la bulimia. Perdoné a mis padres y a mi hermana y principalmente me perdoné. Ahora, sirvo a Dios”.
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