Cristina: “Tenía pesadillas, miedo a la oscuridad y a estar sola. A pesar de que los problemas se agravaron, no busqué ayuda.
En mi adolescencia, quería encontrar un compañero de vida, veía que pasaban los años y no se daba. Mis relaciones amorosas terminaban en fracaso.
Hasta que me casé, él era policía y al mes y medio lo mataron en un enfrentamiento. Continué a pesar del golpe que me había dado la vida. Era una mochila realmente pesada. Sabía que estaba viva, no podía evitar respirar, pero no tenía valor para quitarme la vida.
A los 31 años conocí a mi marido, al poco tiempo fuimos a vivir juntos. Obvié detalles en él, como que tomaba cerveza como si fuera agua. Comenzaron las peleas continuas y él me dijo que se drogaba. Mientras, mis nenes pasaban de un resfrío a neumonía y los medicamentos no los ayudaban. Aprendí a vivir a pesar de tantos problemas. Estaba deprimida, es un dolor que uno lleva dentro.
Él no tenía empleo estable, yo no trabajaba y los ingresos no alcanzaban. El peor momento de mi vida fue ver que mis chicos comían un plato de fideos y conformarnos con mate para cenar.
Llegamos a la Universal gracias a mi esposo. Me costó participar, estaba descreída. Hasta que él me dijo si quería estar así toda la vida, eso me dolió y busqué ayuda. Fue un proceso, pero encontramos paz. Dios hace milagros, conocerlo me cambió la vida. Mis hijos están sanos. Mi marido comenzó a trabajar por su cuenta, hoy, con lo que gana puede mantener a la familia. Cuando uno encuentra a Jesús, nunca más se vuelve a sentir solo”.
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