Arturo Romano: “A los siete años veía que mi papá tomaba y le pegaba a mi mamá. Eso me lo iba guardando. De noche, cuando iba a dormir, lloraba mucho, nació un vacío dentro mío”.
Ese fue el comienzo de su angustia, la depresión creció con él. Mientras tanto, su salud se deterioraba: “A los 11 años tuve un soplo en el corazón, me la pasaba en el hospital, haciendo tratamientos, de eso pude salir. Pasó el tiempo y apareció la epilepsia. Tomaba una pastilla, pero las convulsiones seguían.
Después comencé a tomar, la adicción estaba dentro de mí. Estaba enfermo y no podía beber ni desvelarme, pero yo no dejaba”.
El creyó que no podía caer más bajo: “Toqué fondo cuando falleció mi papá, mi vida quedó por el piso. Vine a Buenos Aires, ya no quería vivir. Me decían que no servía para nada, creía que era un inútil. Un día decidí matarme, fui y compré un güisqui y veneno, molí vidrio, me tomé la botella entera y salté de un piso. Me dieron cuatro horas de vida”.
Sobrevivió, pero durante su recuperación, sus deseos de morir se volvieron más fuertes: “Alguien golpeó las puertas de mi casa al tercer día de salir del Hospital. Yo estaba todo enyesado y me habló de Jesús. Cuando vi esa persona con un ejemplar de El Universal en la mano, fue un ángel de Dios, todo para mí. Empecé a perseverar los viernes. Me curé de las enfermedades, los vicios se fueron, gracias al Señor, está todo bien”.
Quizás, muchas veces pensó que la depresión y usted son uno. No se resigne a que sea su compañera de vida, necesita alejarse porque, en realidad, es su enemiga. La depresión usa sus emociones, pensamientos y recuerdos para atacarlo.
Participe este viernes a las 12 h en el Templo de la Fe, Av. Corrientes 4070 – Almagro o en la Universal más cercana a usted. Haga clic aquí y vea las direcciones de la iglesia.
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