Los defectos se celebran como cualidades. El individualismo es elogiado como si fuera algo bueno, mientras que ayudar a los demás es visto como un intento de promoverse a sí mismo. Una persona que se relaciona sexualmente con cualquiera es considerada “realizada”. El que toma ventaja de manera deshonesta es “inteligente”.
Y aún hay más: quien es honesto es tildado de tonto. Un ateo es visto como alguien “evolucionado”, mientras que un cristiano es acusado de alienado e intelectualmente limitado. Los niños no respetan a sus padres y estos, muchas veces, en lugar de protegerlos, los torturan e incluso los matan. Las escuelas se han convertido en ambientes inseguros en los que los estudiantes salen más confundidos que instruidos. El matrimonio y la fidelidad se ven como algo anticuado, mientras que tener una relación abierta se ha convertido en una moda.
Los límites entre el bien, que lleva a la sociedad hacia adelante y el mal que la destruye, son sutiles. Sin embargo, últimamente, esta confusión ha sido mucho mayor. La falta de una base para definir lo que es saludable es la causa principal de esta desenfocada percepción de las cosas.
El apóstol Pablo ya tenía conocimiento sobre esta confusión. Él describió un escenario que retrató parte de la sociedad de su época, pero que coincide con la nuestra: “Todas las cosas me son lícitas, pero no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna.” (1 Corintios 6:12).
Sí, Pablo habla precisamente sobre la base para definir lo que es correcto. Como el Altísimo era su fundamento, fue en Él que el Apóstol se apoyó para no equivocarse y utilizó la sabiduría proporcionada por el Espíritu Santo. Él habla con claridad, al final del versículo, sobre el peligro que corre cualquier persona de ser dominada por una mala decisión por creer que es correcta. Sabía que era libre, pero que también era necesario ser prudente para disfrutar de esa libertad.
Equivocado ayer y hoy
Hay algo que vale la pena pensar: Si la propia Biblia muestra este dilema por el cual pasaron algunos de sus personajes es porque los Textos Sagrados fueron inspirados como un manual de instrucciones para la vida de aquellos que viven lo mismo hoy en día.
Si la Palabra de Dios abordara solamente temas religiosos y rituales, ¿por qué las dictaduras de algunos países buscarían prohibirla? Es porque ella convierte a sus lectores en ciudadanos libres y pensantes, mientras que los dictadores y otros malos gobernantes corruptos prefieren títeres que no cuestionen lo que es correcto o equivocado. Todos los que se benefician del mal dicen que seguir a Dios está mal y es limitante.
La Biblia menciona a personas que actúan con malas intenciones: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! (…) los que por soborno declaran justo al culpable, y al justo le quitan su derecho!” (Isaías 5:20, 23).
Sí, las Escrituras advierten acerca del destino de aquellos que toman lo malo como bueno, pero también se incluye en ese modelo a aquellos que dependen solo de su inteligencia humana y piensan que no necesitan a Dios. Incluso, el último versículo muestra cómo la justicia misma puede ser corrupta, cuando quien está en la función de defender lo que es correcto recibe sobornos para favorecer lo que está mal. Tal como era en el pasado, así es en el presente.
La propia historia de la humanidad está llena de acontecimientos en los que poblaciones casi enteras fueron engañadas para que no pensaran y que, de esta manera, dejaran que los supuestos líderes dictaran las reglas. Los dominados seguían estas instrucciones pensando que sus “salvadores” se encargarían de todo. No obstante, en realidad, solo eran usados como “idiotas útiles” para generar riqueza a la cual no tendrían acceso.
No es mera coincidencia que el presente y el pasado se confundan en el párrafo anterior. El nazismo actuó exactamente de esa manera. Como fueron todos los intentos de implantar el comunismo en sociedades y quitarle al pueblo los ideales de Dios, para que sus ciudadanos sean poco más que ganado al servicio de pocos agricultores. Lo curioso es que muchos, aún hoy, defienden estos ideales como si fueran buenos.
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