Emilio Leguizamón: “Yo iba a la Iglesia desde chico, pero a los 14, decidí dejar de ir. A partir de ese momento, conocí el alcohol, el cigarrillo y las fiestas. En esa época, ya les traía problemas a mis padres, los vecinos se quejaban por mi mal comportamiento. Ya en la secundaria, iba a recitales y a bares, tomaba y consumía marihuana. A los 16 años mi vida dio un giro. Conseguí mi primer trabajo estable a los 18. Al tener mi dinero salía todos los días. Solía pasarme todo el día fuera de casa, en ese tiempo conocí la cocaína. A todo eso, se agregaron los pensamientos suicidas. Pensaba en matar a mi familia o en quitarme la vida. Planeaba hacerlo en las vías del tren. Siempre transitando con mi mal carácter, me juntaba con personas que hoy están presas. Hasta que mi padre me echó de la casa, ya que no aguantaba mi manera de ser. A los 22 conocí a Karen, mi esposa, nos encontramos en un boliche. Empezamos a salir y me contó que estaba en un tratamiento de rehabilitación, era adicta a las drogas. Ella sufría ataques de pánico, sus noches eran de tormento, además de otros problemas que cargaba. Vivimos así hasta que mi madre nos invitó a la Universal y yo decidí volver. Pasamos por un proceso de liberación, dejamos las adiciones y superé lo que había vivido. Ahora ya van a ser ocho años que volví. Los últimos tres años son los que cuentan porque fue en esa época que reconocí mi error, necesitaba cambiar. A mí me costó entregarme debido a mi orgullo. De ahí en adelante, Dios nos abrió las puertas. Dejamos de alquilar, logramos nuestra casa y pudimos comprar dos vehículos que usamos para trabajar. Yo tengo un buen empleo y mi esposa trabaja por su cuenta. En mi casa hay paz, somos felices, gracias al Señor”.
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