José Manrique y Cristina Corvalán estuvieron separados muchos años, durante ese tiempo, el dolor invadió la vida de ambos.
“De la noche a la mañana, él quedó en un estado depresivo, mal. Tuve que llamar a sus padres y se lo llevaron a su casa, no lo podíamos ver ni él quería saber nada de nosotras. Yo intentaba llevarle a nuestra hija, pero muchas veces no aparecía y ella se quedaba esperándolo. Hasta que un día le dije `no la vas a ver más porque le creas una situación mala´. Así fue como nos alejamos”.
“Yo me encontraba en un estado bastante mal, separado de mi familia. Estaba solo, no tenía a nadie. Sufrí muchas pérdidas económicas, en un momento, con mi esposa fuimos muy prósperos.
Llegué a la Iglesia por mi hermano, él tenía una enfermedad grave en los intestinos y se curó. Comencé a concurrir y de a poco fui conociendo la verdad, hasta que un día decido entregarle mi vida al Señor.
Empecé a cambiar y mi interior fue transformándose. El vacío que sentía se fue yendo. Un día decido hacer un voto con Dios para que restaure la familia que había perdido”, recuerda José.
“Yo era muy orgullosa y no quería nada de él. Mi hija nunca quiso conocerlo, jamás me pidió una foto. Cuando él hizo ese voto con Dios, ella se quebró y me dijo: `mamá, ¿cómo pude ser que no le saques un peso? Yo le voy a sacar todo´. En el juicio por alimentos, nos volvimos a encontrar”.
Ambos decidieron darse otra oportunidad. “Hoy soy otra persona. Gracias a Dios superé la depresión y estamos los tres juntos en la presencia de Dios”, finaliza José.