“Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego. Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos” (Nehemías 1:3-4). Al oír sobre la devastación y el sufrimiento de su pueblo, Nehemías lloró y oró. Él Le suplicó al Altísimo por perdón y restauración.
El escenario era extremadamente grave, y Nehemías era consciente de que, sin la ayuda Divina, no podría hacer nada.
Desde el principio vemos su carácter idóneo de siervo y su dependencia de Dios. Nehemías era un hombre diligente que priorizaba la oración antes de actuar.
Por otro lado, ¿cuántas personas son extremadamente inteligentes y trabajadoras, pero cuentan solo con su propia fuerza y, por lo tanto, terminan fracasando?
Es imposible que una persona salga de una situación de humillación, fracaso y destrucción sin la ayuda del Dios Eterno.
En su oración (Nehemías 1: 5-11), reconoció que la causa de todo aquello era el pecado y la corrupción del pueblo.
Hizo una confesión, recordó la promesa hecha a Moisés, pidió perdón, gracia y prosperidad en sus proyectos.
Esto nos enseña:
1. Cómo reaccionar ante las malas noticias (oración, ayuno y apoyarse en la Palabra).
2. Sin el abandono de los pecados y el cambio de actitud no hay favor de Dios.
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