Después de haber colaborado arduamente en la Obra de Dios y de ayudar a las personas sufridas, es normal que surja una enorme satisfacción en el interior. Sin embargo, este sentimiento puede ser perjudicial si no hay sabiduría. Muchos confunden el hecho de tener una comunión con Dios con hacer Su Obra.
¿Cómo saber discernir?
El que es de Dios tiene el Fruto del Espíritu y, como resultado, manifiesta un comportamiento diferente. Es decir, es verdadero, practica la justicia y se aparta del mal. No es perfecto, pero es humilde y está predispuesto a aprender más sobre la fe. En cambio, el que no lo es, aunque “ayude” a los demás, siempre acabará por dar un pésimo testimonio. No perdona, genera discordias, se involucra en chismes y es malicioso.
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.” Gálatas 5:16.
¿Cómo ser verdaderamente de Dios y no dejarse engañar por un sentimiento de bienestar?
“Andar en el Espíritu” significa vivir constantemente en conexión con Dios. Es cuando todo lo que se dice, piensa, hace y oye, está dirigido al Señor. La persona que anda en el Espíritu tiene la misma manera de ser correcta, no solo dentro de la Iglesia, sino también en la casa, en la escuela y en el trabajo.
Si usted desea verdaderamente ser de Dios, cada vez que haga algo para Él, como ayudar a las personas, evangelizar o realizar las tareas del grupo de su Iglesia, examínese cuando sienta la alegría de servir. Vigile aún más para no confundir ese sentimiento de bienestar con estar verdaderamente bien delante de Dios.