Esas cosas sucedieron recientemente y me hicieron estremecer…
A principios de este año, una vecina y yo discutimos. Yo estaba trabajando en un hospital, iba a la universidad, tenía que cuidar la casa, iba a la Fuerza Joven, era coordinadora de proyecto, en fin, las cosas estaban tumultuosas. Y no apartaba tiempo para Dios, estas tareas no eran para Dios, ya se habían convertido en una rutina, eran obligaciones.
Uno de esos días, cuando estaba yendo al fondo de casa a darles de comer a las gallinas, mi vecina y su hija que estaban embarazadas se reían y hablaban en voz alta, y dijeron algo que entendí como una indirecta. En ese momento, literalmente, salí del espíritu en el que ya no estaba. Ellas ya me irritaban mucho por varias cosas, por un tiempo había orado por ellas, pero no pude tragar ni pasar por alto lo que escuché ese día. No pensé, solo dije todo lo que me vino a la mente, la acusé de cosas que sabía de ella, y ella me dijo cosas que no recuerdo…
Pasó el tiempo, oré por ella, pero nunca más volví a mirarla ni ella me miró a mí. Ella y su hija perdieron a sus bebés.
Un día ingresaron a su hija en el hospital donde yo trabajaba. Después del aborto espontáneo, la hija de mi vecina había tomado medicamentos bajo receta en exceso. Intentaron salvarla, pero no fue posible, se había suicidado.
Yo no estaba en el lugar. Cuando llegué a casa, otra vecina me preguntó si sabía que la hija de mi vecina de al lado se había suicidado. Era ella la chica de la que todo el mundo hablaba que había ingresado a la guardia. No sé lo que pasó por mi mente, pero solo pensaba en las veces que la había visto en la estación, cuando ella estaba yendo a consultas con el psiquiatra, pero yo nunca había cedido a mi orgullo. Yo estaba muy mal y quedé peor. Y después de todo eso, todavía no lograba hablar nada con mi vecina.
Me fuí del hospital, me mudé a otra ciudad, pero no vendimos la casa de la ciudad en cuestión. Debido a la pandemia, tuvimos que regresar a casa donde éramos vecinas, su esposo se había ido, ella había enviado a sus hijos a casa de familiares y hacía 3 días que estaba sola en su casa.
Vivimos en casas de madera, donde se escucha todo, incluso sin querer, pero creo que Dios permitió que viese todo lo que le sucedía, porque su dolor empezó a incomodarme.
Volví diferente, dejé de ser coordinadora de proyecto, me detuve a evaluarme, pues no estaba en condiciones de ayudar a nadie. Comencé a participar en las meditaciones, que me alimentaron realmente mucho, pero había algo malo dentro de mí, parecía algo amargo.
Hablé con el pastor de la ciudad, eso no me dejaba dormir, el silencio en la casa de mi vecina me atormentaba más que las risas y la música fuerte que ella escuchaba antes. Quería saber cómo estaba, pero no podía, parecía que yo estaba atada a mi orgullo.
El pastor me dijo que me acercara a ella y le pidiera perdón. Le dije que cuando iba a hablarle, me quedaba detrás de su pared, espiando, y no lo lograba, entonces corría hacia adentro. Era como si tuviera miedo de su reacción. Ella estaba delgada, fumaba un cigarrillo tras otro, se estaba marchitando. Yo lloraba y pensaba: “¿Por qué me preocupo tanto?”
El pastor me dijo: “haz un ayuno y lo lograrás”. El 21 de agosto, nunca lo olvidaré, eran las 11.15 de la mañana, ella estaba tendiendo la ropa, yo había llegado de la iglesia, era viernes. La llamé y le pedí perdón. Cuando hablé, rompió a llorar, dijo que era el aniversario de la muerte de su hija, que había echado a su esposo, que los hijos estaban con los familiares y que ya había escrito una carta, que tenía todos los medicamentos para la depresión encima de la mesa, que ella solo iba a tender la ropa, a dejar la casa limpia, y que la carta decía qué hacer con sus cosas. Solo recuerdo que ella dijo que reconocía que se había equivocado, pero que no sabía cómo hablar, que no tenía nada que perdonarme y que solo quería encontrar a su hija.
Al instante, le pedí que me acompañara hasta la iglesia, fuimos a la reunión del mediodía, el pastor la atendió, ella dijo que ya no iba a quitarse la vida. Ella fue el domingo, el sábado su esposo volvió a casa. El domingo, cuando regresamos de la iglesia, dijo que llegarían sus hijos. Continúa yendo a la iglesia y no tengo palabras para describir la alegría de verla allí.
No puedo cambiar el pasado, ni traer de vuelta a su hija, pero puedo ayudarla a vivir con eso, como yo he vivido, pues es un hecho. Simplemente ya no quiero volver atrás en la fe, y las meditaciones me ayudaron a ver que estaba equivocándome, conmigo misma, con Dios, con todos a mi alrededor. Miré dentro de mí y cada vez aparecen más cosas. Pero tengo a Dios y los tengo a ustedes, entonces hablen, sin miedo. Personas como yo estamos mejorando para Dios, estamos cambiando. Personas como yo: terca, cabeza dura y religiosa, llena de sí misma, pensando que estaba arrasando, sintiéndose supersanta. Nosotros, que estábamos avergonzando al Señor Jesús, llevando gente al infierno, porque eso fue lo que hice. A decir verdad, esa chica se suicidó porque no vio a Dios en mí. Vio todo, menos al Señor Jesús. Ella vio al diablo cuando me perturbé y discutí, haciendo escándalo con su madre. Pero hoy, gracias a Dios y a las verdades dichas en las meditaciones, me veo a mí misma.
Jesús iba a regresar y a la engañada aquí solo le faltaba decir: “Vean el show, véanme subir”. Pero, con certeza, quien yo creía que se quedaría es quien subiría. Porque cuando estamos mal, vemos defectos en todos, menos en nosotros. Somos superexigentes con los demás, pero somos verdaderos fariseos. Yo estaba podrida, un pozo negro estaba más limpio que yo, y todavía continúo siendo una nada, pero al menos aprendí mi lugar. Solo que, además de saber eso, aprendí que puedo cambiar en esas cositas de las que se habla en las meditaciones, porque empecé bien, pero fueron esos detalles que conocemos, pero nos relajamos y terminamos perdiéndonos adentro de la casa de Dios.
Autora: Anónima