¡50 días después de que nuestro Salvador resucitó, vivimos el Día de Pentecostés, bebiendo del Agua Consagrada en el Santuario de los Milagros, en Buenos Aires!
El Espíritu Santo es el Único capaz de transformar al despreciado en Hijo de Dios. Y al recibirlo pasamos a ser parte de Su Familia.
Podemos ser desheredados de nuestra propia familia, pero Dios siempre nos recibe en la de Él.
Sin el Espíritu Santo estamos deshidratados. Él es el Agua Viva y, por medio de Él, vivimos.
Respondió Jesús y le dijo: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva. Juan 4:10
Estamos tan enfocados en nuestra sed de cosas, personas, títulos, que olvidamos saciar la sed de nuestra propia alma.
Dios no hizo, no hace y jamás hará acepción de personas, pero nosotros debemos ser capaces de entregarle todo para que Él pueda actuar.
Cuando nosotros desistimos con facilidad es porque estamos enfocados en saciar otra sed y no necesariamente la del Espíritu Santo.
Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Génesis 1:26
Dios nos creó para dominar la naturaleza, la tierra, los animales, todo. Así mismo, para dominar nuestros sentimientos negativos, de cansancio.
Tenemos que dominar lo que sentimos para no dejarnos dominar por las circunstancias.
Si dominamos lo interno, dominaremos lo externo; aquellos que no dominan lo que hacen, tampoco dominan lo que está dentro de ellas.
En conclusión, sed todos de un mismo sentir[a], compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde… 1 Pedro 3:8
Jesús vino para salvar, no para condenar. Él vino para ser nuestro Abogado, sentado a la Diestra de Dios.
Dios es compasivo, paciente y tolerante. Así debemos ser también con aquellos que nos rodean.
Debemos tener compasión, es decir, ver el lado bueno, porque no sirve de nada condenar o juzgar.
No es tolerar lo malo pero tampoco condenar a quien lo practique. No es callarse, sino mostrarle que se puede vencer lo que malo.