El equilibrio en las palabras y la coherencia de ellas con las acciones determinan gran parte de la imagen de un hombre a lo largo de su vida
La manera de hablar de un hombre determina cómo lo verán y respetarán, tanto en la sociedad como en su entorno familiar. No nos referimos a usar hábilmente la norma culta de la lengua española, a pesar de que eso sea necesario, dependiendo de la situación, sino a saber expresarse sin agresividad, porque el que tiene la razón no la desperdicia con gritos.
El equilibrio es una de las principales características del hombre inteligente. Él es comedido, reflexiona y solo después toma una actitud o dice algo. El hombre áspero, sin embargo, se deja dominar por las emociones, por el calor del momento y dice palabras inútiles.
Con o sin intención, muchos hombres son brutos al hablar, groseros y estúpidos, ya sea con las personas en la calle, con los compañeros de trabajo, con los hijos o con la esposa. La Biblia nos muestra eso hace tiempo: «¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él», Proverbios 29:20.
Por supuesto que muchas personas esperan la firmeza de un hombre al hablar. Nadie siente esta firmeza en alguien que titubea mucho con las palabras, no sabe qué decir, cómo decirlo o lo hace de una manera ignorante o impulsiva. Tampoco es bien visto el que no da el brazo a torcer al discutir sobre un tema, ya comienza la conversación dispuesto a no rebajarse, a no aceptar los argumentos ajenos o a ni siquiera escucharlos civilizadamente, con atención y respeto, aunque no esté de acuerdo con ellos.
Si la antigua expresión dice que «eres lo que comes», lo mismo se aplica a lo que se refiere al habla. Como está escrito en Mateo 12:34: «… Porque de la abundancia del corazón habla la boca». Un hombre impregnado del Espíritu de Dios reflexiona en sus palabras.
El propio Señor Jesús era un retrato fiel de eso. Él sabía escuchar, debatir, aun siendo contundente en Sus opiniones. Él callaba incluso a los doctores que discrepaban de Su Palabra, pero no con brutalidad, sino con civilidad e inteligencia.
Un arma y una herramienta
La palabra es una herramienta y también es un arma, dos cosas que un hombre debe saber usar bien, porque, de lo contrario, los accidentes son muy probables. Estos objetos, tan comunes en el universo masculino a lo largo de las eras, siempre exigieron habilidad, atención y entrenamiento.
Sí, la comparación es muy oportuna, ya que el buen diálogo, el buen argumento e incluso la elegancia en el uso de la palabra pueden no solo aprenderse, sino también entrenarse y perfeccionarse. Algo placentero con respecto al uso de la palabra es que su aprendizaje es infinito. Ella es estimulante y posee muchas fuentes, aún más en estos tiempos con tantos medios disponibles, siempre y cuando se usen con inteligencia, por supuesto.
No se puede culpar al que quiere salir de una conversación innecesariamente explosiva, llena de malas palabras, ofensas, en la que los ásperos llevan el tema hacia el lado personal. Sin embargo, la buena conversación genera el sentimiento opuesto: no dan ganas de dejar un argumento con alguien que domina su arte y sabe expresarlo.
Nuevamente, vale la pena decirlo: no es necesario ser un catedrático del idioma para dominar el buen hablar. Además, hace algunos años, se volvió «meme» la norma «muy culta» de hablar de algunas personas, que utilizan un español tan exagerado que no se las logra entender. Usar la norma culta del idioma ayuda, por supuesto, pero incluso alguien con instrucciones sencillas puede ser un artista del buen diálogo al ser respetuoso, ante todo.
Un detalle importante: la palabra, el pensamiento y la actitud deben estar en comunión. Unir sus acciones a su manera de vivir y a lo que dice muestra más sobre su carácter de lo que se imagina, porque el mundo ya está lleno de personas que hablan bien, pero actúan mal. Y no nos sorprende lo mal que está el mundo.