“Nadie hay tan audaz que lo despierte; ¿quién, pues, podrá estar delante de Mí? ¿Quién Me ha dado algo para que Yo se lo restituya? Cuanto existe debajo de todo el cielo es Mío”. Job 41:10-11
Cuando el siervo de Dios es vencido por la vanidad, comienza a pensar que tiene derecho a esto o a aquello, en lugar de contentarse con el Pan nuestro de cada día.
A partir de ahí comienzan las murmuraciones, las exigencias de un mejor nivel de vida, además de creer que el fin justifica los medios, ¡pero no los justifican!
Por eso, cuando el Señor Jesús toca o transfiere alguna cosa de la vida de su vida, de su ministerio, de la posición en la que están, ¡algunos enseguida se abaten, y son dominados por un sentimiento de pérdida!
Pero solo va a tener ese sentimiento de pérdida quien esté lo suficientemente loco como para creer que tiene algo, pues, como vemos en este pasaje, todo lo que está debajo del Cielo es de Dios, ¡e incluso lo que ofrendamos viene de Él, de nuestro Dios!
¡Todo lo que ofrendamos y dedicamos en esta Obra es una simple devolución de todo lo que pertenece al Señor JESÚS!