Seguramente, ya escuchó la siguiente frase: «Todos son hijos de Dios». La verdad es que todos son criaturas del Señor, porque fueron creados por Él, pero, para volverse hijos y ser reconocidos como tales, es necesario que sean generados por Él.
Los hijos del ser humano pueden nacer de la sangre, de la voluntad de la carne (generados por el acto sexual, sin que los involucrados piensen en las consecuencias), o de la voluntad del hombre (generados por haber sido planificado por los padres).
Ahora bien, el hijo de Dios, independientemente si es niño, joven o adulto, es generado por el Espíritu Santo, conforme enseña la Biblia: «Mas a todos los que Le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios», Juan 1:12-13.
El nuevo nacimiento
Los hijos se parecen a los padres, no solo físicamente, sino también en sus actitudes, en su manera de ser, en su carácter. Lo mismo sucede con relación a los Hijos de Dios. Los que aceptan Su paternidad deben parecerse a Él. Decir que es Su hijo no lo vuelve realidad, es necesario tener el ADN de Dios, que se presenta en el carácter y en los valores Divinos, muchas veces divergentes de los que la sociedad y el hombre predica.
De hecho, para nacer de Dios, primero es necesario morir para el mundo. Es lo que el propio Señor Jesús le explicó a Nicodemo, hasta entonces una simple criatura, quien estaba interesado en volverse un hijo del Creador: «… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios», Juan 3:5.
Nacer del agua significa «morir» para los deseos pecaminosos y las voluntades propias, así como cambiar el comportamiento. Esto sucede, simbólicamente, a través del bautismo en las aguas. Por otro lado, una persona nace del Espíritu Santo después de dar este primer paso, cuando se arrepiente, abandona el pecado y acepta a Jesús como el Salvador de su alma. Posteriormente, el Espíritu Santo desciende sobre su vida, produciendo paz, alegría y todo lo que se le promete al hijo.
¿Usted realmente es Su hijo?
Hay quienes se bautizaron en las aguas, pero no murieron para el mundo, y hay quienes piensan que son hijos de Dios, pero aún son guiados por sus propios deseos. Sobre ellos, la Biblia, en Juan 8:44, alerta: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira».
Es necesario que cada uno evalúe su comportamiento para entender si realmente es hijo de Dios o si solo sigue siendo una criatura intentando engañarse. El que no es hijo no puede disfrutar de las promesas destinadas a los que tienen a Dios como Padre. Pueden hasta tener alguna felicidad efímera o una bendición temporaria, pero no se vuelven la propia bendición y mucho menos tienen la garantía de la Vida Eterna. El obispo Edir Macedo dijo que, «cuando una persona es una auténtica hija de Dios, tiene comunión con el Padre. Cualquier padre entiende y comprende a sus hijos.
Sin embargo, cuando no son hijos, no tienen una relación íntima y personal. Por eso, el nacido de la carne, del sentimiento y de la emoción, en el momento que llegan las tribulaciones y las luchas, se deshace, porque no nació de Dios».
También añadió que «Dios es el único Padre y Él nos ama tanto que quiere que estemos junto a Él por toda la eternidad. Para que una persona deje de ser criatura y se vuelva hija de Dios debe priorizar Su Reino, antes que su formación profesional, su matrimonio y el éxito. Además, ¡debe invertir primeramente en su relación íntima con Dios!
Su derecho
El que vive en obediencia a Dios y a Su Hijo tiene el derecho de ver Sus promesas reflejadas en su vida. A fin de cuentas, en Mateos 7:9-11, el Señor Jesús preguntó lo siguiente: «¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que Le pidan?».
Según explicó el obispo Macedo, «si el hombre, que es malo, le da a su hijo lo que le pidió, imagine Dios, ¿qué es nuestro verdadero Padre? Él quiere darle lo mejor a Sus hijos. Usted solo debe tener ese entendimiento y esa intimidad con el Altísimo para llegar a Su presencia y decirle “Padre”». No es necesario pedir a Dios que le dé lo mejor a Su hijo, porque Él sabe que el hijo honrado es heredero de todo lo que su Padre posee.
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