“Padre, quiero que los que Me has dado, estén también Conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi Gloria, la Gloria que Me has dado, porque Me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Juan 17:24
La Gloria de Jesús era la Presencia de Dios en Él a través del Espíritu Santo. Y Él Le pidió al Padre que también tuviéramos esta Gloria, recibiendo el mismo Espíritu que Él recibió cuando obedeció al Padre a través de Su obediencia y humildad.
Incluso, al ser bautizado en las aguas por Juan el Bautista, él mostró esta humildad:
“Pero Juan trató de impedírselo, diciendo: Yo necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí? Y respondiendo Jesús, le dijo: Permítelo ahora; porque es conveniente que cumplamos así toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él». Mateo 3:14-16
El Señor Jesús vino a este mundo y nos dejó un ejemplo de todo, desde Su bautismo en las aguas, el cual no era necesario ya que no tenía pecado, hasta Su obediencia incondicional que lo llevó a la muerte en la cruz por nosotros.
Siendo Inocente, Puro, Santísimo, Justo, murió para liberarnos y perdonarnos. Pero, antes, Le pidió al Padre que el Espíritu Santo que habitaba en Él habitara en nosotros para que pudiéramos ver la Gloria de Dios por toda la vida y eternidad.
¡Esto es maravilloso! Un plan misericordioso y perfecto. No hace falta explicar nada más.
Todas las demás “glorias” de esta vida pasan, solo la Gloria de la Presencia de Dios en nosotros es realizadora y eterna.
Valore, busque y cuide esta Gloria.
Obispo Júlio Freitas