El mundo está lleno de personas con la necesidad de liberarse de sus fallas y alcanzar poderes cada vez más falibles. Esto también se puede ver en aquellos que se esfuerzan mucho por buscar logros que, aunque se hagan realidad, los vuelven insaciables. ¿Cómo poseer el mayor poder que existe?
Todos tenemos el poder de pensar y, a pesar de ello, no en todas las situaciones humanas por las que podemos pasar, somos capaces de, utilizando explicaciones amplias o superficiales, darle sentido a lo que no nos corresponde.
Cuando reconocemos que “en el principio creó Dios los Cielos y la Tierra” (Génesis 1:1), nos exponemos a una magnitud que no nos pertenece y, al mismo tiempo, vemos que dicha magnitud puede pertenecerle a cada individuo que se entrega a Su señorío.
Un día la Tierra, que estaba desordenada y vacía, fue visitada por el Espíritu de Dios que Se movía sobre la faz de las aguas (Génesis 1:2) y, ante las tinieblas sobre la faz del abismo, hubo luz (Génesis 1:3).
Al admirar esta separación, somos conducidos a una verdad contundente: que hay poder aquí como en toda la Palabra de Dios; el mismo que juntó las aguas e hizo fructificar la tierra, el que puso orden en la inmensidad del cielo, y el que del polvo de la tierra formó al hombre y sopló en su nariz aliento de vida. Así, el hombre fue hecho alma viviente (Génesis 2:7).
Sin embargo, engañados por el deseo de obtener el conocimiento del bien y del mal, el hombre y la mujer sucumbieron a las astutas palabras de Satanás y se avergonzaron de permanecer en la Presencia del Señor ya que, al adueñarse del pecado, se volvieron espiritualmente vulnerables.
Aun así, prosperó en el corazón Divino, por medio de Su siervo Abraham, el deseo de hacer de Su descendencia una gran nación, de bendecirlos, de engrandecer Su nombre y de hacer de ellos la propia bendición (Génesis 12:2-3).
Job describe en el libro que contiene su historia que “… Dios es exaltado en Su poder (…) y que Sus obras deben ser exaltadas (…) He aquí, Dios es exaltado, y no Le conocemos, el número de sus años es inescrutable. Porque Él atrae las gotas de agua, y ellas, del vapor, destilan lluvia, que derraman las nubes, y en abundancia gotean sobre el hombre. ¿Puede alguno comprender la extensión de las nubes (…)? He aquí que Él extiende sobre ellos Su luz y oculta las profundidades del mar”, (Job 36:22-30). En Job 26:14 también leemos que “(…) estos son los bordes de Sus caminos”, mientras que Jeremías 10:12-14 reitera que “Él es el que hizo la Tierra con Su poder, el que estableció el mundo con Su sabiduría, y con Su inteligencia extendió los cielos.” y que “todo hombre es torpe, falto de conocimiento (…)”.
Nuestro insignificante poder
Por otro lado, el poder humano es irrisorio. Es interesante observar las tentaciones que acecharon al Señor Jesús en el desierto y comprender que algunas no nos competen: No está en nuestra capacidad humana convertir las piedras en panes, ni colocarnos apresuradamente bajo ningún pináculo. Pero nuestras ambiciones pueden llevarnos, desde lo alto del monte, a admirar los reinos del mundo y su gloria (Mateo 4:1-11).
Como enganchados por un cascabel, hay quienes se entretienen con cualquier tipo de poder y, así, languidecen internamente en frustraciones que son inevitables, mientras se rinden a una realidad rodeada por la necesidad de liberarse de sus faltas y alcanzar poderes cada vez más falibles, como, por ejemplo, una carrera exitosa o tener más dinero del necesario, que no aplacan el dolor del alma.
Innegablemente, a través de la Fe, es posible tocar el poder de Dios por medio de las bendiciones. Hay quienes, por ejemplo, curan los males y rescatan del lodo a quienes no encuentran valor en sí mismos. Sin embargo, aquellos que solo buscan una vida lujosa y el poder de la bendición desprecian el Poder real que no solo diluye los problemas, sino que garantiza la Eternidad.
Solamente con este Poder se puede recibir el equilibrio, la sobriedad y los frutos del Espíritu. En este sentido, el Único poder que soluciona la vida de una persona y es capaz de transformarla por completo es el que viene de lo Alto. No sorprende que Hechos 1:8 indique que: “… Pero recibiréis Poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la Tierra.”.
El mismo mensaje destacado en 1 Samuel 10:6: “Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con gran poder, (…) y serás cambiado en otro hombre.” Mientras tanto, en Efesios 6:10 nos orienta a fortalecernos en el Señor “fortaleceos en el Señor y en el Poder de Su fuerza”. Los que se rinden a Él se apoderan de ese Poder, que inexplicablemente dirime dudas y da fuerzas incluso cuando se está atravesando lo inesperado.
Lo que viene del Espíritu
Tomando como base las lecciones contenidas en el primer capítulo de Hechos, se puede observar que, en Su último momento, antes de ascender al Cielo, el Señor Jesús Se encontró con los Suyos, con “muchas personas y muchos discípulos”. En ese momento, dijo que no dejaría sola a la humanidad, sino que enviaría un Consolador. “Él estará con ustedes para siempre porque estará dentro de ustedes”.
Cuando se Le entrega la vida al Señor Jesús se deja de confiar en la competencia e integridad personal, en la reputación, en el dinero, en los seres queridos. Cuando las personas realmente se rinden al Señor Jesús, entonces el Poder de lo Alto desciende y los convierte en nuevas criaturas.