Lo que el Creador quiere enseñarte en esta oportunidad está escrito en Mateo 5:6:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia, pues ellos serán saciados”.
Debés saber que el hambre y la sed que menciona este versículo no se refiere a la solución de un problema específico, en el que reina la injusticia, sea en el seno familiar, en el ámbito profesional o social. Aquí el Señor Jesús Se está refiriendo a la Justicia en nuestra alma. ¿Y qué es lo que esta más desea? Es la paz.
Un ejemplo que encontramos en las Sagradas Escrituras es la historia del publicano Zaqueo, odiado por el pueblo romano y por su propia nación. Como recaudador de impuestos, era rico, pero no conocía la felicidad porque no contaba con la paz de espíritu, la paz de conciencia. Su alma, sin embargo, logró encontrar el perdón cuando reconoció sus errores, se arrepintió y cambió su manera de vivir. Así, alcanzó la Salvación que Jesús le presentó.
Todo ser humano, incluso el más incrédulo, perverso y promiscuo, sea famoso o anónimo, rico o pobre, bueno o malo, tiene hambre y sed de Justicia. Este deseo habita en el interior de cada alma y se alcanza cuando hay un sincero arrepentimiento, seguido del perdón de los pecados. Una vez que esto sucede, Dios ya no Se acuerda de tu pasado, por más terrible que este haya sido. Él te perdona y sacia la sed y el hambre que hay en tu alma, dándote la tan anhelada paz.
Por otro lado, cuando reina la injusticia en una persona, el pecado logra robarle la paz y su alma no encuentra alivio.
Dios no nos creó para que vivamos de esta manera. Aunque la naturaleza humana esté sujeta a errores, es decisión de uno mismo dejar de practicar la injusticia para vivir basado en lo justo, en lo correcto, aunque esto no signifique ser perfecto.
“Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Romanos 5:1
Cuando uno comete un error, sea de forma consciente o inconsciente, está practicando una injusticia primeramente contra el Creador —que es la propia Justicia— y, luego, contra sí mismo. Por ese motivo, no vale la pena continuar viviendo en el pecado, ya que donde hay injusticia no puede haber amor. En contrapartida, la Justicia trae consigo la paz, la reconciliación, la esperanza, la disciplina y la fuerza, en fin, trae vida.
Querido lector, vos podés tener todo a tu alrededor, pero, sin Justicia, siempre te sentirás condenado, censurado, incompleto e infeliz.
“Por medio de Quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Romanos 5:2
Al tener fe y ponerla en práctica, permanecemos firmes, obtenemos la certeza de la Salvación y anulamos el miedo al futuro, a la muerte, a los problemas, porque sabemos que Dios nos justifica.
Para entenderlo mejor, podés pensar en tu cuerpo físico. Así como comer y beber son necesidades básicas que debés suplir a diario para un buen funcionamiento de tu organismo, tu alma también tiene la necesidad de comer y beber, pero la Palabra de Dios, la Presencia del Espíritu Santo.
Esto no puede limitarse al momento en el que te encontrás dentro de la iglesia, sino que debe reflejarse en toda tu vida. Tampoco basta con desear tener paz, porque ese sentimiento puede ser temporal. El secreto está en querer una vida justa con Dios, alcanzar el perdón Divino a través del arrepentimiento y obtener la Salvación del alma.
Recordá: la Justicia de Dios significa aceptar Su voluntad para tu vida. Si la deseás con todas tus fuerzas, serás saciado y alcanzarás la Verdadera Felicidad. Es una promesa de Dios para vos.
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