Alejandra conoció la Iglesia Universal cuando tenía 25 años, gracias a la invitación de su madre. Su vida estaba sumida en un caos a causa de las drogas. “De niña, tenía problemas familiares, especialmente con mi papá, ya que él estuvo ausente en muchos momentos de mi vida a raíz del vicio y el juego”, recuerda. Ella asegura que era muy aplicada en el colegio y detalla: “Me gustaba estudiar, pero entre los 15 y los 16 me volví muy rebelde, le mentía a mi mamá y me escapaba con mi hermana para poder salir”. Fue entonces cuando entró al mundo de las
drogas. “Una noche, en un boliche, unos amigos me dieron de probar marihuana y empecé a fumar para llamar la atención e integrarme al grupo”, relata.
Luego, se puso de novia con un joven que estaba en los vicios. Al respecto, señala: “Comencé a drogarme con más frecuencia. Con él me metí en la delincuencia y en todo lo que implicaba tener dinero fácil para poder consumir. Me volví agresiva, me quedaba a dormir fuera de mi casa porque quería fumar y estar con él”.
Alejandra deseaba abandonar esa vida, pero siempre se involucraba con personas que consumían. “Todos en mi entorno eran adictos. Para mí, eso era normal. Cuando probé la cocaína, el alcohol y las pastillas, sentí que nunca iba a poder dejarlos”, señala. “Quedé embarazada, pero la relación con mi pareja no funcionó, se volvió muy tóxica, había muchas peleas y celos. Él comenzó a pegarme, llegó a encerrarme y un día casi me mató. Gracias a que mi madre oraba por mí, no pasó a mayores. Yo ocultaba todo eso por miedo. Cuando tuve coraje, me separé”, recuerda con dolor. La vida en los vicios continuaba.
Ella admite: “Cuando estaba muy ‘pasada’, no volvía a mi casa porque no quería que mi mamá y mi hijo me vieran así. Muchas veces pensaba en quitarme la vida, me sentía tan sola que venían esos pensamientos que me decían que yo no servía para nada”, asegura. Su realidad, lejos de mejorar, empeoraba. Ella cuenta que el padre de su hijo “cayó detenido y lo condenaron por homicidio a 15 años de prisión”. Y agrega: “Yo ya estaba separada, no tenía nada que ver con él, pero mi niño era hijo de una persona que había cometido un acto muy grave. Me amenazaban con matarlo. Me perseguían y llegué a encerrarme por casi dos meses”. “Mi mamá, al verme tan mal y con depresión, me invitó a la Iglesia Universal.
La primera vez que fui, no entendí nada, pero salí diferente, sentí paz”, detalla Alejandra. Siguió asistiendo a las reuniones y se inició su transformación. Ella recuerda: “Poco a poco, dejé los vicios. No tenía más deseos de consumir, pero no daba crédito de lo que Dios había hecho. Decía: ‘¿Será real esto?’. Hasta que un día hice una prueba, me encontré con amigos que me convidaron cocaína, pero no pude consumirla, no tuve el deseo. Ahí me di cuenta de que Dios me había hecho libre de mi mayor vicio”. Su historia cambió de manera radical. “Desde entonces, empecé una nueva vida, me alejé de las malas amistades y, usando la fe, fui libre de todas las adicciones que tenía. Además, conseguí un trabajo en blanco y prosperé, gracias a Dios”, concluye Alejandra.