«¿Por qué me está pasando esto, Dios mío?» Esta pregunta ha pasado por la mente de la mayoría de las personas al menos una vez en la vida, especialmente en los momentos de dificultad. Sin embargo, lo que pocos saben es que alimentar este tipo de pensamiento puede ser muy perjudicial e incluso puede dificultar la superación de una etapa difícil.
Las situaciones de incertidumbre son propicias para fortalecer la relación con Dios. A veces, las personas son llevadas a un desierto y no entienden esa situación, pero en lugar de aferrarse a Dios, se sienten mal. No piensan: “¿Qué tengo hacer, Padre? ¿En qué estoy fallando? ¿Qué querés de mí? ¿Qué puedo aprender de esta situación?”. Se rebelan, se resienten con las personas y, sobre todo, con Dios.
Poco a poco, quienes se consideran demasiado justas pierden la oportunidad de crecer con las dificultades y empiezan a alimentar dudas internas. Como estos cuestionamientos debilitan la fe, y sin fe es imposible agradar a Dios, el debilitamiento espiritual es inevitable. Estas personas empiezan a ser indiferentes a Dios, ya no hablan tanto con Él y, cuando lo hacen, son frías. Empiezan participar de las reuniones en la iglesia por obligación porque, en realidad, están resentidas con Dios.
Aprovechá el desierto
Cuando tenemos un problema de salud, los síntomas son evidentes, lo que hace que busquemos ayuda. Pero, cuando el problema es espiritual, las señales no siempre son tan claras y pueden pasar desapercibidas. Dios nos lleva al desierto para que nos veamos a nosotros mismos, porque cuando todo va bien, sentís que estás bien espiritualmente, que todo está en orden en tu vida. Deducís que, debido a tu vida tranquila, estás en la fe, pero eso no siempre es verdad”.
En la práctica, quienes intentan ocultar los síntomas y seguir adelante sin resolver el problema terminan perdiendo el sustento y el apoyo de Dios. Pero quienes son humildes de espíritu reaccionan de manera positiva incluso en medio de las dificultades y permiten que Dios trabaje en su interior, promoviendo un cambio profundo.
Como cristianos, debemos evaluarnos diariamente a la luz de la Palabra de Dios y comprender que siempre hay algo en nuestro interior que necesita ser trabajado. Cuanto más nos dejamos moldear por Dios, más conocemos nuestra estructura, la mente de Cristo.