Un Día del Amigo especial en la Sede Nacional, donde aprendimos que el único y verdadero mejor Amigo es Dios, el único que nunca nos abandona.
Concluimos el propósito del Abrigo del Altísimo, recordando que con Su presencia somos protegidos y fortalecidos cada día.
Me invocará, y le responderé; yo estaré con él en la angustia; lo rescataré y lo honraré; lo saciaré de larga vida, y le haré ver mi Salvación. Salmos 91:15-16
Existen miles de falsos dioses, pero verdadero hay uno solo. No se puede invocar a dos al mismo tiempo.
Esos dioses falsos pueden ser personas, cosas o hasta nuestro propio yo, y ese es un gran peligro. Nuestra fe tiene que estar definida únicamente en Él.
Invocar no es solo orar o clamar, va mucho allá: es algo constante, continuo y no solo de palabras, sino con actitudes en todo momento.
Si lo invocamos de verdad, nunca quedaremos sin respuesta. En los momentos de angustia, cuando nadie quiere estar con nosotros, Él siempre estará.
Dios sabe cómo estamos y cómo nos sentimos. En las situaciones difíciles, no debemos murmurar ni tirar la toalla, sino invocarlo aún más, ya que Él quiere rescatarnos y honrarnos.
Cuando todo va bien, es fácil confiar, pero cuando estamos mal, es cuando se prueba si invocamos realmente a Dios o a otros dioses.
Muchas personas viven décadas bajo maldiciones, pero Dios quiere que tengamos una vida de superación. No importa la cantidad de años que vivimos mal, sino la calidad de vida que podemos tener con Él.
Hay quienes tienen todo pero no disfrutan nada. Dios quiere que disfrutemos nuestro matrimonio, trabajo, familia y vida espiritual con Su bendición.
Él quiere que quienes nos conocen, incluso nuestros enemigos, vean la Salvación reflejada en nosotros.
El Espíritu Santo es el sello y la garantía de esa Salvación, y es posible verla acá en la Tierra. Es una paz verdadera que nadie puede robarnos.
Solo con Él podemos mirar atrás y no sentir vergüenza del pasado, porque sabemos que ahora tenemos Su presencia en nosotros.