Solo quien sufrió por gente que no es sincera, sabe lo difícil que resulta la convivencia con este tipo de personas.
Eso sucede porque las personas ven solo lo externo y sus conclusiones resultan equivocadas.
Solo Dios tiene el poder de conocer lo que hay en el corazón de una persona.
Por tanto, si no queremos ser engañados, tenemos que depender de la omniciencia de Su Espíritu para tomar decisiones.
En una determinada ocasión, el Altísimo mandó al profeta Samuel a ir a la casa de una familia de Israel para ungir un nuevo rey.
Aunque Samuel era un hombre justo y fiel podría haber sido engañado por lo que veía ante sus ojos. Al ver a Eliab, el hijo mayor de Isaí, pensó que estaba delante de un escogido por su apariencia, pero en realidad no tenía ningún compromiso con los Preceptos divinos, (1 Samuel 16:7).
El único que tenía un corazón que agradaba a Dios en medio de siete hermanos era David y el más despreciado.
Si el Soberano no hubiese intervenido en ese punto, el hombre equivocado habría asumido el trono.
Samuel obedeció y fue humilde para reconocer que se estaba equivocando. Los humanos somos frágiles e incapaces de ver las verdaderas intenciones de alguien.
Necesitamos al Espíritu Santo para que nos conduzca, para que no nos dejemos engañar por la apariencia.
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