Cuando comprendemos la vida del verdadero hijo de Dios como un proceso semejante al despertar de la primavera, descubrimos que florecer no es un hecho casual, sino el resultado lógico de una secuencia de pasos interdependientes: soltar lo que marchita, recibir el Perdón, la Fuerza y la Dirección del Señor Jesús, y permanecer en Él para dar Fruto.
A continuación, veremos cómo esta dinámica opera en el interior del hijo que es un verdadero siervo.
1. Morir a lo viejo para nacer de nuevo
El crecimiento espiritual exige una muerte consciente a las actitudes y dependencias que nos estancan.
Así como la vid no puede fructificar si conserva sus hojas mustias, el cristiano debe “hacer morir los actos, deseos, manías y fantasías del cuerpo” para vivir Lleno del Espíritu y caminar en la fe.
“… porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Romanos 8:13
Este pasaje revela la tensión entre dos fuentes de vida: la carne (nuestras inclinaciones autodestructivas) y el Espíritu (la Razón y la Inteligencia regeneradora de Dios).
Soltar manías, traumas, egoísmos, ansiedades, pecados escondidos o miedos no es un esfuerzo meramente psicológico, sino un acto de obediencia que permite al Espíritu Santo obrar temor reverente, sanidad, santidad y renovación profunda.
2. Abrazar el Plan del Señor Jesús como manantial
Una vez que lo viejo muere, surge el anhelo de ser llenos de vida nueva.
No basta con un “reset moral” (reinicio moral); debemos beber constantemente de la Vivacidad del Espíritu Santo.
Esa intimidad diaria y ese dinamismo interior se traducen en salud espiritual, emocional y mental, equilibrio y certeza de nuestra identidad como hijos y siervos de Dios.
“… para que andéis como es digno del Señor, agradándoLe en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios…”. Colosenses 1:10
“Caminar dignamente” implica coherencia entre lo que somos en Jesús y lo que hacemos cada día.
Cuando nuestro espíritu y nuestra razón se alinean con la Palabra, el siervo respira y transmite el “Buen Perfume de Cristo”, irradiando armonía, propósito y libertad del pasado.
3. Permanecer en Él para producir mucho Fruto
La verdadera prueba del florecer no está en un instante de plenitud, sino en la capacidad de dar fruto constante.
El Señor Jesús usó la metáfora de la vid para enseñarnos que sin comunión con Él no podemos producir las Virtudes del Reino de Dios.
“Mas el Fruto del Espíritu es Amor, Gozo, Paz, Paciencia, Benignidad, Bondad, Fe, Mansedumbre, Templanza; contra tales Cosas no hay Ley”. Gálatas 5:22-23
Este compendio de virtudes es la cosecha de una mente (espíritu) y un corazón (alma) sujetos a la Voluntad Divina.
Cuando el hijo permanece unido al Señor Jesús, su conducta se transforma: deja de ser reactivo y se vuelve creativo en el bien, manifestando esperanza, generosidad, fuerza interior y un gozo inquebrantable.
4. La perseverancia como sello del florecer
Florecer no es un sprint (una carrera corta), sino una caminata de largo aliento.
Cada día presenta ataques sutiles: rutina espiritual, comparaciones, ansiedades por el futuro.
La Misericordia de Dios nos sostiene mientras elegimos seguir sirviendo y avanzando.
“… estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena Obra, la Perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. Filipenses 1:6
El Espíritu Santo no nos abandona en el proceso. Su Obra es progresiva y culminará en Plenitud.
Nuestra tarea es mantener viva y activa la fe sacrificial, perseverando en la oración, la meditación, los ayunos, el estudio y el servicio, incluso cuando no sintamos la “floración” inmediata.
5. Vivir la Plenitud del florecer
Un Cristiano floreciente no solo se beneficia a sí mismo, sino que se convierte en fuente de vida y esperanza para otros.
Su testimonio, sus ofrendas de gratitud y su pasión por las almas extienden el Reino de Dios.
Al cultivar fe, alegría, misericordia y generosidad, patrocinamos la Obra del Señor y engrandecemos Su Nombre.
“Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la Gloria del Señor, estamos siendo Transformados en la misma imagen de Gloria en Gloria…”. 2 Corintios 3:18
El reflejo de Cristo en nosotros —Su “Perfume”— no es un logro personal, sino el fruto de una Transformación conjunta: el Espíritu Santo trabaja en nuestro carácter mientras nosotros cooperamos con humildad, acatando Sus Orientaciones.
Conclusión
El florecer espiritual es un viaje que nos lleva a morir a lo viejo, beber de la Vida que viene de Jesús, permanecer en comunión y perseverar hasta producir fruto.
No es un ideal reservado para unos pocos, sino la meta real de todo Cristiano que se niega a vivir en sombra y elige caminar en Luz.
Vamos, dejá atrás lo que marchita, abrazá a Aquel que da Vida y permanecé en Él.
Así, tu primavera interior será un testimonio vivo de la Misericordia y del Poder Divino.
¡Nos vemos en breve, en la IURD o en las Nubes❗️
Obispo Julio Freitas
