Wendy y Sebastián estaban desesperados. Ella nos cuenta lo difícil que fue su vida antes de conocer a Dios: “Nuestra vida era un caos, había infidelidades, golpes, desprecio, humillación y miseria. Llegamos a separarnos varias veces.
Quería matar a mis hijos y suicidarme. Si bien siempre intenté ser feliz, en la vida sentimental y en el matrimonio, nunca pude”, comenta.
Sebastián estaba perdido, no sabía qué hacer: “La hacía sufrir porque no tenía un modelo de familia, no tenía un norte”.
“Odiaba que llegaran los viernes porque era cuando él desaparecía. Salía de madrugada a buscarlo, pero él volvía drogado y borracho.
Llegué a la Universal por una invitación, empecé a participar los domingos y Dios fue abriendo mi entendimiento. Recibí fuerzas para seguir luchando, tenía esperanza de que mi vida iba a cambiar. Sabía que mi esposo podía cambiar y que yo podía ser feliz en el matrimonio y así fue. Hoy ya no hay golpes, peleas, agresiones verbales, humillaciones ni desprecio. Gracias a Dios, puedo decir que somos felices, nos amamos y estamos bendecidos gracias a Dios”.
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