Cuando tratamos el tema de la fe, jamás podemos olvidarnos de cuál es su fuente: El Espíritu Santo. No hay forma de separar la fe del Espíritu Santo del coraje. De la misma forma que Él da la fe, también otorga el coraje para ejecutarla.
Muchos tienen fe en Dios, pero esperan a que Él haga magia en sus vidas. Por eso, tales creyentes, viven de fracaso en fracaso, en lugar de vivir de fe en fe. Y, aún así, tienen el descaro de reclamar la justicia de Dios.
Los malos prosperan porque ellos creen en sí mismos. Pero también tienen coraje para asumir su mal comportamiento.
La fe prestada por el Espíritu de Dios ha sido Su Autoridad y Poder para que Sus hijos la pongan en práctica. Si el Espíritu de Dios nos lo presta es para que lo ejecutemos. Si Él nos presta la fe (Su Poder), es obvio que Él espera que nosotros la usemos.
Pero ¿cómo usar la fe? ¿Cómo es posible materializarla en beneficio de la voluntad de Dios?
El Propio Espíritu nos enseña a usar la fe cuando dice:
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?”, (Santiago 2:14).
En otras palabras, Él está diciendo: ¿De qué sirve creer en Mis Palabras y no tener coraje para obedecerlas?
O sea, la verdadera fe, la que se materializa en nuestra vida, nos obliga a tomar actitudes de coraje. Ese coraje es la locura para el mundo.
No sirve de nada tener toda la fe del mundo y no tener coraje para ponerla en práctica. Sería como tener fe y miedo (duda) al mismo tiempo.
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