Mariel: “Llegué a la iglesia a los 8 años, mis padres se golpeaban y no nos alcanzaba la plata. Una vecina nos invitó a la iglesia, pero nos alejamos. Mi familia perdió todo y mi papá empezó a tener deudas. Me empecé a juntar con varones, me dijeron que robaban y empecé a robar billeteras y carteras.
Mis amigos me convidaron marihuana y comencé a drogarme. Comenzamos a robar los piquitos de los autos para después venderlos. La plata que conseguía era para pagar el porro, salir a bailar y para tomar. Mi casa era como un hotel, sólo iba a comer y dormir. Una vez, mientras robábamos un auto, nos dimos cuenta que era de policía. Él salió, nos empezó a gritar y mientras corríamos nos disparó. Luego me enteré de que habían matado a uno de los chicos.
En lugar de abandonar, decidimos empezar a robar casas, entrábamos y nos llevábamos electrodomésticos y herramientas que después vendíamos. Escondía las cosas que robábamos debajo de mi cama.
Me había puesto de novia con uno de los chicos. Él quería que tuviéramos relaciones sexuales, pero yo le decía que no quería todavía. Un día me invitó a la casa y cuando entré lo encontré tirado en el piso, drogado. Me golpeó y abusó de mí.
Después de eso estuve mal, me empecé a cortar y a lastimarme. Robaba más, no me importaba si me mataban o si me agarraba la policía. Pensé en suicidarme. Me involucré mucho con la cocaína.
Un día estaba yendo a comprar cocaína y me invitaron a la iglesia. Comencé a participar, agarré toda la droga y la tiré. Hice un voto con Dios y con el tiempo, luchando mi familia se restauró nuevamente. Estamos prosperados, tenemos un negocio, dos casas, dos motos”.
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