La Biblia es un Libro que requiere fe. En él están los pensamientos de Dios, y sus revelaciones con respecto al pasado, al presente y al futuro, sin ninguna preocupación de su parte en autenticar sus argumentos.
Muchos historiadores, científicos, arqueólogos y hasta simples ateos, estudian exhaustivamente los Textos Sagrados para intentar desacreditarlos, mientras que otros pocos, se esfuerzan por probar su veracidad. Pero en ningún momento vemos al Autor de la Biblia inquieto en justificar o corroborar con pruebas para aumentar la fe de alguien a través de estudios científicos.
Por cierto, ya en la primera frase de las Escrituras, lo vemos con bastante propiedad:
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra.” Génesis 1.1
En el mundo académico existe vastísimo material literario y científico que intenta explicar el origen del universo, del hombre y de todos los demás seres vivos. Una sentencia tan pequeña, genera volúmenes y más volúmenes de libros, simplemente, porque el ser humano desea tener más explicaciones para creer.
Sin embargo, eso que despierta tantas tesis y controversias a lo largo de los siglos, fue explicado por Dios de la forma más simple, precisamente porque Él espera que su Palabra sea suficiente para que creyamos en Él.
Por eso, el Espíritu Santo no inspiró a Moisés a comenzar el libro de Génesis introduciendo una presentación sobre quién es Dios, sus credenciales, o diciendo lo que Él hacía antes de decidir crear el mundo. Mucho menos tenemos el relato de cuáles fueron los motivos que le llevaron a esa decisión.
En ningún momento tenemos la revelación Divina de qué partículas se unieron para iniciar un proyecto tan extraordinario, y ni cómo se desarrollaría.
La introducción parte del principio fundamental que hay UN Dios, es decir, monoteísmo, no muchos dioses, y que Él tiene poder, autoridad y libertad absolutos para hacer lo que quiera y cómo quiera. Por eso, sólo con su Palabra, Dios llama a la existencia todo lo que desea crear, y en el mismo instante, todo pasa a existir.
Después, Dios imprime el concepto de orden, que es completamente racional. Él crea primero los cielos, después la tierra, para enseñarnos que, las realidades celestiales deben venir antes que las terrenas, para el ser humano. Su manera de trabajar evidencia que el cielo es mayor que la tierra, por lo tanto, lo que es espiritual debe tener primacía en nuestra vida.
Para los que creen en la Biblia, como la Palabra de Dios, no hay ninguna dificultad en entender estos dos fundamentos.
Y que cualquier teoría humana que intente explicar la Creación de otra forma, necesitará un Creador. Digo esto, ante las afirmaciones más absurdas que oímos, como: “El Universo fue creado por medio de la explosión de una estrella.” Pero, pregunto: Si fuera así, ¿quién creó esa estrella?, “El hombre vino del mono.” Entonces, ¿quién creó ese mono?
Por más erudito que el hombre sea, todos sus estudios serán inútiles, si él pasa por encima de la Verdad que Dios existe y que al principio, Él lo creó todo.
Aunque no haya pruebas de laboratorio que pruebe la existencia de Dios, sus digitales están impresas en todo lugar, incluso en el elaborado cuerpo humano.
Sólo un loco podría encontrar que obras tan bellas, funcionales, minuciosas y complejas son fruto de un accidente o de la imprevisibilidad. ¿Has visto al azar producir un libro, un reloj o un instrumento musical? Ciertamente no. Si esas cosas tan pequeñas que forman parte de nuestra vida, no vinieron de la nada, ¿cómo puedes pensar que obras tan maravillosas, como el universo y el ser humano surgieron accidentalmente?
Entonces, si cree en lo que está escrito, conserve su fe, pues ella es preciosa para su salvación. Nunca se deje contaminar por las dudas de los que no creen, o de los que necesitan de fenómenos físicos comprobados para pensar en la posibilidad de empezar a creer. Felices son los que entienden que, corresponde a nosotros, creer en Dios de la manera como Él se revela, y no según nuestras suposiciones.